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SAN AGUSTIN. OBRAS

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Entonces dijo Alipio:<br />

-Quiera el cielo depararme más agradables sorpresas. ¿Conque para mí se guardaba tan<br />

largo silencio? Se acabó mi reposa Me esforzaré por satisfacer a esta pregunta, con tal que<br />

antes me ponga en salvo para lo futuro, consiguiendo de vosotros que no me hagáis más<br />

preguntas.<br />

-No es propio-le dije yo-, ¡oh Alipio!, de tu benevolencia y humanidad negar la deseada<br />

cooperación de tu palabra a nuestra conversación. Pero sigue adelante y cumple lo qué<br />

has prometido; todo lo demás se desplegará según el orden que se ofreciere.<br />

-Justamente el orden-añadió-me hace concebir las más bellas esperanzas, y para su<br />

defensa me habéis querido substituir entre tanto. Pero, si no me engaño, lo que te mueve<br />

a ti a poner la estulticia en Dios es la aserción de éstos: Está con Dios todo lo que el sabio<br />

conoce. No me meto ahora en interpretar el sentido que debe darse a esta aserción;<br />

repara más bien en tu raciocinio. Porque has dicho: si con Dios está todo lo que entiende<br />

el sabio, no puede evitar la estulticia, sino entendiéndola. Pero es evidente que ninguno<br />

antes de escapar de la ignorancia merece el nombre de sabio. Se dijo que las cosas que el<br />

sabio entiende, están con Dios. Luego cuando para evitar la ignorancia se esfuerza por<br />

entenderla, no ha alcanzado aún la sabiduría. Y cuando ya es sabio, no se ha de enumerar<br />

la ignorancia entre las cosas que entiende. En conclusión: por hallarse unidas en Dios<br />

todas las cosas que el sabio entiende, síguese que está alejada de allí la estulticia.<br />

9. -Aguda, como tuya, Alipio-le dije-, ha sido la respuesta, pero como de quien ha sido<br />

metido en un aprieto ajeno. Con todo, como creo que tú también te cuentas entre los<br />

ignorantes, lo mismo que yo, ¿qué haríamos si hallásemos un sabio para que<br />

generosamente nos libertase de este mal con su doctrina y discusión? Pues yo creo que lo<br />

primero que debemos exigirle es que nos declare la calidad, la esencia y las propiedades<br />

de la ignorancia. No va contigo esta afirmación; pero en cuanto a mí, es un estorbo y un<br />

impedimento que me detiene, mientras no sepa lo que es. Según tú, pues, aquel maestro<br />

nos diría: para enseñaros esto debíais haber venido a preguntármelo cuando era un<br />

ignorante; ahora vosotros podéis ser vuestros propios maestros, porque yo no conozco la<br />

ignorancia. Si así hablara aquel sabio, yo no tendría reparo en decirle que se hiciera<br />

compañero nuestro, e iría a buscar otro maestro para todos. Pues aunque no conozco<br />

plenamente lo que es la estulticia, sin embargo, esta respuesta me parece sumamente<br />

necia. Pero se sonrojará él tal vez o de dejarnos o seguirnos, y disputará con nosotros<br />

muy copiosamente acerca de los males que trae la estulticia. Y nosotros, ya advertidos, o<br />

bien oiremos cortésmente al que habla de lo que no sabe, o creeremos que él sabe lo que<br />

no entiende, o que la estulticia va vinculada a Dios, si nos atenemos a la opinión de tus<br />

defendidos. Pero ninguna de las dos hipótesis primeras me parece aceptable, y queda, por<br />

tanto, el extremo que a vosotros os desplace.<br />

-Nunca te creí envidioso-dijo-. Pero si de estos amparados míos que dices hubiera recibido<br />

algún honorario, al verte a ti tan tenazmente adherido a tus razones, debiera devolverles<br />

lo que recibí. Básteles, pues, a éstos el tiempo que, al entretenerme contigo, les he dado<br />

para discurrir; o si quieren atenerse al consejo de su defensor vencido, sin culpa alguna de<br />

su parte, dobleguen su parecer ante ti y sean en lo demás más precavidos.<br />

10. -No despreciaré lo que Trigecio-le repliqué yo-deseaba proferir, como porfiando en<br />

favor de tu defensa, y lo haré contando con tu venia. Porque tal vez no estás bien<br />

informado por tu reciente llegada, y así, quiero pacientemente escucharlos defender su<br />

propia causa sin abogado alguno, como había comenzado.<br />

Entonces Trigecio dijo (Licencio estaba ausente):<br />

-Tomad como queráis y burlaos de mi ignorancia. A mí me parece que no debe llamarse<br />

inteligencia o intelección el acto de conocer lo que es la ignorancia, porque ella es el<br />

obstáculo principal o único del entender.<br />

-No es cosa fácil rehusar lo que dices-le dije yo-. Aunque me hace fuerza lo que dice<br />

Alipio: que muy bien puede enseñarse la cualidad de una cosa que no se entiende y los<br />

daños que acarrea a la mente que la desconoce, y mirando también cómo ha tenido reparo<br />

en decir lo que tú dices (siéndole conocida esta sentencia por los libros de algunos autores<br />

graves), no obstante, cuando considero los sentidos del cuerpo, que son instrumentos dé

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