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SAN AGUSTIN. OBRAS

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mártires y se lo prohibiese el portero, cuando conoció que lo había vedado el Obispo, se<br />

resignó tan piadosa y obedientemente que yo mismo me admiré de que tan fácilmente se<br />

declarase condenadora de aquella costumbre, más bien que criticadora de semejante<br />

prohibición.<br />

Y es que no era la vinolencia la que dominaba su espíritu, ni el amor del vino la encendía<br />

en odio de la verdad como sucedía a muchos hombres y mujeres, que sentían náuseas<br />

ante el cántico de la sobriedad, como los beodos ante la bebida aguada, Antes ella,<br />

trayendo el canastillo con las acostumbradas viandas, que habían de ser probadas y<br />

repartidas, no ponía más que un vasito de vino aguado, según su gusto harto sobrio, de<br />

donde tomara lo suficiente para hacer aquel honor. Y si eran muchos los sepulcros que<br />

debían ser honrados de este modo, traía el vasito por todos no sólo muy aguado, sino<br />

también templado, el cual repartía con los suyos presentes, dándoles pequeños sorbos,<br />

porque buscaba en ello la piedad y no el deleite.<br />

Así que tan pronto como supo que este esclarecido predicador y maestro de la verdad<br />

había prohibido se hiciera esto -aun por los que lo hacían sobriamente, para no dar con<br />

ello ocasión de emborracharse a los ebrios y porque éstas, a modo de parentales, ofrecían<br />

muchísima semejanza con la superstición de los gentiles-, se abstuvo muy conforme, y en<br />

lugar del canastillo lleno de frutos terrenos aprendió a llevar a los sepulcros de los<br />

mártires el pecho lleno de santos deseos y a dar lo que podía a los pobres, y de este modo<br />

celebrar la comunión con el cuerpo del Señor allí, a imitación de cuya pasión fueron<br />

inmolados y coronados los mártires.<br />

Mas tengo para mí, Señor y Dios mío-y así lo cree en tu presencia mi corazón-, que tal vez<br />

mi madre no hubiera cedido tan fácilmente de aquella costumbre -que era, sin embargo,<br />

necesario cortar- si la hubiese prohibido otro a quien no amase tanto como a Ambrosio;<br />

porque realmente le amaba sobremanera por mi salvación, así como él a ella por la<br />

religiosidad y fervor con que frecuentaba la iglesia con toda clase de obras buenas; de tal<br />

modo que cuando me encontraba con él solía muchas veces prorrumpir en alabanzas de<br />

ella, felicitándome por tener tal madre, ignorando él qué hijo tenía ella en mí, que dudaba<br />

de todas aquellas cosas y creía era imposible hallar la verdadera senda de la vida.<br />

CAPITULO III<br />

3. Ni siquiera gemía orando para que me socorrieras, sino que mi espíritu se hallaba<br />

ocupado en investigar e inquieto en discutir, teniendo al mismo Ambrosio por hombre feliz<br />

según el mundo, viéndole tan honrado de tan altas potestades. Sólo su celibato me<br />

parecía trabajoso. Mas yo no podía sospechar, por no haberlo experimentado nunca, las<br />

esperanzas que abrigaba, ni las luchas que tenía que sostener contra las tentaciones de su<br />

propia excelencia, ni los consuelos de que gozaba en las adversidades, ni los sabrosos<br />

deleites que gustaba con la boca interior de su corazón cuando rumiaba tu pan; ni él, a su<br />

vez, conocía mis inquietudes, ni la profundidad de mi peligro, por no poderle yo preguntar<br />

lo que quería y como quería, y de cuyos oídos y boca me apartaba la multitud de hombres<br />

de negocios, a cuyas flaquezas él servía.<br />

Cuando éstos le dejaban libre, que era muy poco tiempo, dedicábase o a reparar las<br />

fuerzas del cuerpo con el alimento necesario o las de su espíritu con la lectura. Cuando<br />

leía, hacíalo pasando la vista por encima de las páginas, penetrando su alma en el sentido<br />

sin decir palabra ni mover la lengua.<br />

Muchas veces, estando yo presente-pues a nadie se le prohibía entrar ni había costumbre<br />

de avisarle quién venía-, le vi leer calladamente, y nunca de otro modo; y estando largo<br />

rato sentado en silencio -porque ¿quién se atrevía a molestar a un hombre tan atento?-,<br />

me largaba, conjeturando que aquel poco tiempo que se le concedía para reparar su<br />

espíritu, libre del tumulto de los negocios ajenos, no quería se lo ocupasen en otra cosa,<br />

leyendo mentalmente, quizá por si. alguno de los oyentes, suspenso y atento a la lectura,<br />

hallara algún pasaje obscuro en el autor que leía y exigiese se lo explicara o le obligase a<br />

disertar sobre cuestiones difíciles, gastando el tiempo en tales cosas, con lo que no<br />

pudiera leer tantos volúmenes como deseaba, aunque más bien creo que lo hiciera así por<br />

conservar la voz, que se le tomaba con facilidad.<br />

En todo caso, cualquiera que fuese la intención con que aquel varón lo hacía, ciertamente<br />

era buena.

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