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SAN AGUSTIN. OBRAS

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tolerar que infamen a los dioses con crímenes supuestos, y éstos<br />

prescriben que, con la exposición de sus propias culpas, se<br />

celebren sus fiestas. Finalmente, cuando estas deidades mandaron<br />

restaurar los juegos escénicos, pidiendo cosas torpes, se<br />

manifestaron asimismo malignos con los daños que causaron quitando a<br />

Tito Latino un hijo y postrándole en una penosa y peligrosa<br />

dolencia, solamente porque rehusó cumplir su mandato; mas<br />

Platón, sin embargo de ser tan inicuos, es de dictamen que<br />

no se les debe temer, antes perseverando constante en su opinión, no<br />

duda en desterrar de una República bien ordenada<br />

todas las sacrílegas futilezas y ficciones de los poetas, de las que<br />

los dioses, por lo que participan de la abominación y de la<br />

torpeza, se complacen y deleitan. Como ya insinué en el libro II,<br />

Labeón coloca a Platón entre los semidioses. El cual Labeón<br />

opina que los dioses malos se aplacan con sacrificios cruentos y con<br />

semejantes medios, y los buenos con juegos y festividades<br />

de regocijo y alegría. Pero ¿cuál es la causa porque el semidiós<br />

Platón se atreve con tanta constancia a abolir aquellos placeres<br />

y deleites que tiene por torpes, privando de este festejo, no como<br />

quiera a los semidioses, sino a los mismos dioses, y lo que es<br />

más reparable, a los buenos? Cuyas deidades, evidentemente,<br />

comprueban cuán falso sea el dictamen de Labeón, supuesto<br />

que en el suceso de Latino no sólo se mostraron lascivos y deseosos<br />

de fiestas, sino también crueles y terribles. Declarérennos,<br />

pues, este misterio, los platónicos, que sustentan la opinión de su<br />

maestro, defendiendo que todos los dioses son buenos y<br />

honestos, y que en la práctica de las virtudes son socios<br />

inseparables de los sabios, y que sentir lo contrario de alguno de<br />

los<br />

dioses es impiedad. Dicen: nos agrada declararlo. Pues oigámoslos con<br />

atención.<br />

CAPITULO XIV<br />

De la opinión de los que dicen que las almas racionales son de tres<br />

clases, a saber: las que hay en los dioses celestiales, en los<br />

demonios aéreos y en los hombres terrenos<br />

Todos los animales, dicen, que tienen alma racional, se dividen en<br />

tres clases: en dioses, hombres y demonios. Los dioses<br />

ocupan el lugar más elevado, los hombres el más humilde y los<br />

demonios el medio entre unos y otros. Por lo que el lugar propio<br />

de los dioses es el cielo, el de los hombres la tierra y el de los<br />

demonios el aire. Y así como tienen diferentes lugares, tienen<br />

también diferentes naturalezas. Por lo cual los dioses son mejores<br />

que los hombres y los demonios; los hombres son inferiores a<br />

los dioses y demonios, y como lo son en el orden de los elementos,<br />

así lo son también en la diferencia de los méritos Los demonios,<br />

puesto que están en medio, así como deben ser pospuestos a los<br />

dioses, debajo de los cuales habitan, así se deben<br />

preferir a los hombres sobre quienes moran. Porque con los dioses<br />

participan de la inmortalidad de los cuerpos, y con los<br />

hombres de las pasiones del alma, y así no es maravilla, dicen, que<br />

gusten también de las torpezas de los juegos y de las<br />

ficciones de los poetas, supuesto que están sujetos asimismo a las<br />

pasiones humanas, de que los dioses están muy ajenos y<br />

totalmente libres. De todo lo cual se infiere que cuando abomina y<br />

prohíbe Platón las ficciones poéticas no quita el gusto y<br />

entretenimiento de los juegos escénicos a los dioses, todos los<br />

cuales son buenos y excelsos, sino a los demonios. Si esto es<br />

cierto, aunque también lo hallemos escrito en otros (sin embargo,<br />

Apuleyo Madurense, platónico, escribió sólo sobre este punto<br />

un libro que intituló el Dios de Sócrates, donde examina y declara de<br />

qué clase era el dios que tenía consigo Sócrates, con<br />

quien profesaba estrecha amistad, el cual dicen que acostumbraba<br />

advertirle dejase de hacer alguna acción cuando el suceso

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