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SAN AGUSTIN. OBRAS

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creemos, y es la verdad, por la virtud del Espíritu Santo; y<br />

según fingió y pensó la impía vanidad por las artes mágicas de Pedro.<br />

Poco después también, por un insigne milagro, cuando, a<br />

una palabra del mismo Pedro, un pobre mendigo que estaba tan cojo y<br />

tullido desde su nacimiento, que otros le llevaban y le<br />

ponían a la puerta del templo para que pidiese limosna, se levantó<br />

sano en nombre de Jesucristo, creyeron en él cinco mil<br />

hombres; y acudiendo después otros y Otros a la misma fe, fue<br />

creciendo la Iglesia. De esta manera también se colige el día en<br />

que comenzó el año, es a saber, cuando fue enviado el Espíritu Santo,<br />

esto es, a 15 de mayo. Ahora bien: contando los<br />

cónsules se ve que los trescientos sesenta y cinco años, se<br />

cumplieron el 15 de mayo en el consulado de Honorio y Eutiquiano.<br />

Y así el año siguiente, siendo cónsul Manlio Teodoro, cuando según<br />

aquel oráculo de los demonios, o ficción de los<br />

hombres no había de haber más religión cristiana. sin necesidad de<br />

averiguar lo que sucedió en otras partes del mundo,<br />

sabemos que aquí, en, la famosa e ilustre ciudad de Cartago, en<br />

Africa, Gaudencio y Jovio, gobernadores por el emperador<br />

Honorio a 19 de marzo, derribaron los templos y quebraron los<br />

simulacros e ídolos de los falsos dioses.<br />

Desde entonces acá, en casi treinta años, ¿quién no sabe lo que ha<br />

crecido el culto y religión del nombre de Cristo,<br />

principalmente después que se han hecho cristianos muchos de los que<br />

dejaban de ser, creyendo en aquel pronóstico o<br />

vaticinio como sí fuera verdadero, y cuya ridícula falsedad vieron,<br />

al cumplirse el número de los años?<br />

Nosotros, pues, que somos y nos hallamos cristianos, no creemos en<br />

Pedro, sino en Aquel en quien creyó Pedro,<br />

edificados con la doctrina cristiana que nos predicó Pedro, y no<br />

hechizados con sus encantos, ni engañados con maleficios, sino<br />

ayudados con sus beneficios. Cristo, que fue maestro de Pedro y le,<br />

enseñó la doctrina que conduce a la vida eterna, ese<br />

mismo es también nuestro maestro.<br />

Pero concluyamos, este libro, en que hemos disputado y manifestado lo<br />

bastante para demostrar cuáles hayan sido los<br />

progresos que han hecho las dos Ciudades, mezcladas entre sí, entre<br />

los hombres, la celestial y la terrena, desde el principio<br />

hasta el fin; de las cuales, la terrena se hizo para sí sus dioses<br />

falsos, fabricándolos como quiso, tomándolos de cualquiera parte,<br />

también de entre los hombres, para tener a quien servir y adorar con<br />

sus sacrificios; pero la otra, que es celestial y peregrina en<br />

la tierra no hace falsos dioses, sino que a ella misma la hace y<br />

forma el verdadero Dios cuyo sacrificio verdadero ella se hace.<br />

Con todo, en la tierra ambas gozan juntamente de los bienes<br />

temporales, o padecen juntamente los males con diferente fe, con<br />

diferente esperanza, con diferente amor, hasta que el juicio final<br />

las distinta y consiga cada una su fin respectivo, que no, ha de<br />

tener fin. Del fin de cada una de ellas trataremos más adelante.<br />

LIBRO DECIMONOVENO<br />

FINES DE LAS CIUDADES<br />

CAPITULO PRIMERO<br />

Que en la cuestión que ventilaron lo filósofos sobre el último fin de<br />

los bienes y de los males, halló Marco Varrón<br />

doscientas ochenta Y ocho sectas y opiniones<br />

Por cuanto advierto que me resta tratar de los correspondientes fines<br />

di una y otra ciudad, de la terrena<br />

de la celestial, declararé en primer lugar (cuanto fuere necesario<br />

para finalizar esta obra) los argumentos con<br />

que han procurado los hombres constituirse la bienaventuranza en la

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