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SAN AGUSTIN. OBRAS

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Sois vencidos por un argumento aún más convincente, porque el pecado del primer<br />

hombre fue, por su enormidad, muy superior a todo hábito de violencia; y son las miserias<br />

de los niños, que ciertamente no existirían en el paraíso si el hombre, para evitar ser<br />

expulsado, se hubiera conservado en la rectitud de la felicidad en la que fue creada la<br />

naturaleza humana. Para no repetir lo que en otros lugares he dicho, dejo a un lado la<br />

infancia indocta y rebelde y digo: si algún niño es obligado a retener en su memoria una<br />

lección de su maestro y él quiere y no puede, ¿no diría, si pudiese, y con toda verdad:<br />

"Siento en mi mente una ley contraria a la ley de mi voluntad que me esclaviza a la ley de<br />

la palmeta que amenaza mis miembros? ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este<br />

cuerpo de muerte? Un cuerpo corruptible es lastre del alma, de suerte que no puede<br />

retener en la memoria lo que quiere. ¿Quién me librará de este cuerpo de corrupción? La<br />

gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor; y ya sea esto cuando el alma, despojada y<br />

redimida por la sangre de Cristo, descanse, ya sea cuando el cuerpo corruptible se vista de<br />

incorruptibilidad 41 y, después de las tribulaciones de esta vida causadas por el pecado,<br />

nuestros cuerpos mortales sean vivificados por el Espíritu de Cristo que habita en<br />

nosotros".<br />

Contra esta gracia defendéis vosotros el libre albedrío de la voluntad, esclava del pecado.<br />

Lejos del maniqueísmo estamos nosotros, pues reconocemos que la naturaleza es buena<br />

en adultos y niños, pero está enferma y necesita de médico.<br />

Testimonio de San Cipriano, de San Ambrosio y de San Gregorio<br />

14. Jul.- "Hasta este momento he discutido como lo exige la regla de nuestra fe, pero no<br />

me limito a este mi obrar; te trataré con indulgencia y tomaré de propósito aire de una<br />

persona que da la sensación de estar de acuerdo con tu maestro. Por este ardid, si no eres<br />

maniqueo, te verás obligado a combatir su doctrina, y quedará claro que no tratamos de<br />

engañar cuando decimos que un traducianista nada encuentra que oponer a Manés. Se<br />

verá que estás en completo acuerdo con él, os entendéis en todo y entre vosotros no<br />

pueden existir disensiones. No pierda de vista el lector este mi artificio que empleo como<br />

medio. Y ahora dejemos ya hablar a la persona que represento.<br />

Yerran quienes piensan que este cuerpo de barro es propicio a la justicia; una vil criatura<br />

de carne y sangre es el polo opuesto a todo noble sentimiento. Cuanto excita y seduce los<br />

sentidos no sirve si no es para perturbar y revolucionar el alma; caída, por no sé qué<br />

desgracia, en el cieno, no puede elevarse su espíritu generoso al verse manchada de lodo.<br />

Aspira, sí, al lugar de su origen, a regiones superiores, pero se ve encadenada en la<br />

oscuridad de una cárcel terrena. Quiere sobrevolar a las cumbres de la castidad, pero<br />

siente el apego viscoso en las entrañas ardientes de una obscena voluptuosidad. Si anhela<br />

la generosidad de la munificencia, se encuentra aprisionada con férreas esposas a la<br />

avaricia, con máscara de austeridad. Si desea permanecer en una atmósfera de calma y<br />

sosiego, le asalta el temor como granizo, el dolor como tempestad, la duda la arroja fuera<br />

de sí misma en un mar de perplejidades.<br />

Suma a todo esto la noche de lo desconocido, rodeado de suciedad. ¿Qué podemos<br />

encontrar en este ser viviente de laudable, sin ojos para ver lo que le conviene, si en<br />

medio de las tempestades y escolleras de sus deseos, imposible de contar, sufre<br />

naufragio? No es, pues, un error ver en todo esto los efectos de una naturaleza<br />

depravada; la misma condición de los primeros hombres nos presenta idénticas miserias.<br />

Esto puede ser comprobado con el testimonio de Moisés, autoridad entre los católicos.<br />

Experimentaban los primeros hombres la angustia del temor, porque en caso de<br />

desobediencia se les atemorizaba, y, si se juzga por comparación, pensamos que su terror<br />

era más vivo que el de sus descendientes.<br />

¿Cómo podía la muerte aterrarlos, cuando no conocían sus efectos? Una simple sospecha<br />

de sus incomodidades era suficiente para aterrarlos. ¿Cuál podía ser el sosiego de un alma<br />

en medio de una formidable tempestad de temores? Esta profunda ignorancia, que es<br />

necesario sufrir como dura condición, no podía aliviarse si no era mediante una<br />

prevaricación, pues no alcanzaría la ciencia del bien y del mal a no ser por una audacia<br />

condenable.<br />

Este ser ciego y miserable, dirás, llevaba innata en sí la codicia, que aviva la belleza, y la<br />

suavidad del fruto prohibido. Pero todo esto no es nada para expresar su desgracia si él no<br />

se hubiera expuesto a los ataques de una naturaleza superior. ¿Quién hay tan sin juicio

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