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SAN AGUSTIN. OBRAS

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ley de su espíritu y lo esclaviza bajo la ley del pecado". No presume de sus fuerzas; confía<br />

en la gracia de Cristo para verse libre de este cuerpo de muerte. ¿Cómo dices tú que un<br />

sabio no puede pecar? Pablo afirma: No hago el bien que quiero, sino que hago el mal que<br />

no quiero 30 . Y ¿piensas que la ciencia puede ser útil al hombre, cuando, por el contrario,<br />

sólo hace aumentar el pecado?"<br />

En la misma obra se dirige a todos nosotros el santo doctor, y, tomando a su cargo la<br />

defensa común, dice: "Lucha la ley de la carne contra la ley del espíritu, y debemos<br />

trabajar y sudar para sujetar nuestro cuerpo y reducirlo a servidumbre y sembrar<br />

realidades del espíritu".<br />

14. Y en otro de sus libros, titulado El sacramento de la regeneración o La filosofía,<br />

escribe: "Muerte feliz que nos rescata del pecado para remodelarnos en Dios. El que está<br />

muerto, justificado está del pecado" 31 . ¿Querrá decir que aquel que muere está libre de<br />

pecado? De ninguna manera, porque quien muere en pecado permanece en pecado. Sólo<br />

queda justificado del pecado aquel a quien se le perdonan todas sus culpas por el<br />

bautismo.<br />

¿Tienes algo que responder a esto? ¿No ves cómo se expresa este venerable varón cuando<br />

dice que en el bautismo ha lugar una muerte dichosa al perdonársele todos los pecados?<br />

Escucha aún algo que no te agradará oír. "Vimos -dice- cómo se muere místicamente,<br />

examinemos ahora cómo debe ser la sepultura; porque no basta que mueran los vicios; es<br />

preciso se marchite la lozanía del cuerpo, se desbarate el entramado de todas las ataduras<br />

carnales y se corte el nudo de todo uso corporal. Que nadie se jacte de haber reformado<br />

su conducta, de haber recibido místicos preceptos y de someter su espíritu a normas de<br />

continencia. No hacemos lo que queremos, sino que hacemos lo que odiamos. Muchos<br />

males obra en nosotros el pecado. Contra nuestro querer, con frecuencia, resucitan,<br />

pujantes los placeres. Hemos de luchar contra la carne. Contra ella lucha San Pablo<br />

cuando exclama: Siento otra ley en mis miembros contraria a la ley de mi espíritu que me<br />

esclaviza a la ley del pecado. ¿Eres tú, acaso, más fuerte que Pablo? No confíes en tu<br />

carne amansada; da fe al Apóstol, que grita: Sé que no habita en mí, esto es, en mi carne,<br />

el bien que quiero; porque querer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo, pues no<br />

hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, ya no soy<br />

yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí" 32 .<br />

¡Oh Juliano! Sea la que sea la obstinación de tu alma y tu contumacia en defender contra<br />

nosotros el error de Pelagio, el bienaventurado Ambrosio ha hecho brillar la verdad ante<br />

tus ojos con tanta nitidez, evidencia y autoridad que si ni la razón, ni la reflexión, ni otra<br />

cualquier consideración de índole religiosa, humanitaria o de piedad que debiera conmover<br />

tu espíritu no es capaz de hacerte abandonar tu pertinacia, te muestre al menos, cómo<br />

uno de los mayores males del hombre es comprometerse en una causa en la que no es<br />

lícito permanecer y de la que se siente rubor en retractarse. Tal pienso debe ser la<br />

situación de tu espíritu. ¡Ojalá triunfe en tu corazón la paz de Cristo y una saludable<br />

penitencia lleve la palma sobre tu culpable pudor!<br />

Testimonios de Ambrosio, Crisóstomo y Cipriano<br />

VI. 15. Presta, por favor, un poco de atención, y verás cómo de esta ley de pecado, cuyos<br />

embates el hombre mortal casto ha de sufrir y la continencia conyugal trata de moderar, y<br />

la concupiscencia de la carne y la voluptuosidad que alabas, lanza, cuando se excita,<br />

violentos ataques contra la fortaleza de la voluntad, aunque no consiga realizar acto<br />

alguno al verse frenada. Atiende un momento, y verás qué dice San Ambrosio en el mismo<br />

libro Sobre el Sacramento de la regeneración o La filosofía, en el que declara que todos los<br />

hombres, que son engendrados por esta ley del pecado, "la sabiduría -dice- construyó una<br />

casa 33 con mesa bien abastecida de sacramentos celestiales, en la que el justo disfruta de<br />

un alimento de divinos deleites y paladea el vino generoso de la gracia si goza de la<br />

abundancia de sus buenas obras. Estos son los hijos que David anhelaba engendrar,<br />

mientras sentía horror a una unión carnal; y por eso desea ser purificado en las aguas de<br />

una fuente sagrada y lavar las manchas carnales y terrenas con la gracia espiritual. He<br />

sido -dijo- concebido en iniquidades y en delitos me alumbró mi madre 34 . Al tener Eva un<br />

mal parto, dejó a las mujeres la triste herencia de concebir como ella, de suerte que todos<br />

los hombres, fruto de una concupiscencia voluptuosa, formados con sangre de iniquidad en<br />

el seno de sus madres, envueltos en amplia túnica de miserias, patrimonio común de

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