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SAN AGUSTIN. OBRAS

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Creía entonces que estas palabras sólo podían aplicarse a los que, esclavos de la<br />

concupiscencia, obedecen sus deseos; y esto me parecía una locura pensarlo del Apóstol,<br />

porque él y una infinidad de santos, para no consentir en los deseos de la carne, luchaban<br />

con el espíritu contra la carne. Más tarde me rendí a hombres más sabios e inteligentes<br />

que yo; o, por mejor decir, me rendí a la misma verdad. Y me pareció oír, en las palabras<br />

del Apóstol, el gemido de todos los santos que luchan contra la concupiscencia de la carne.<br />

En el espíritu son espirituales, pero con un cuerpo corruptible que hace pesada el alma.<br />

Serán un día también en el cuerpo espirituales, cuando se siembre un cuerpo animal y<br />

resucite un cuerpo espiritual. Pero ahora se encuentran aún bajo la ley del pecado, pues<br />

mientras vivan en esta carne están sujetos a sus movimientos aunque no consientan en<br />

ellos. Y así entiendo yo ahora las palabras de Pablo, como las entendieron Hilario,<br />

Gregorio, Ambrosio y otros santos y célebres doctores de la Iglesia; enseñaron acordes<br />

que el mismo Apóstol tuvo que luchar sin tregua contra los deseos de la carne, que él no<br />

quería tener y, sin embargo, tenía; conflicto del que dan testimonio sus palabras.<br />

Tú mismo has confesado que los santos libraron "gloriosos combates" contra estos<br />

movimientos de la carne; primero para no ser arrollados por ellos, luego para sanar hasta<br />

apagar por completo su ardor. Si somos combatientes, reconozcamos, en las palabras del<br />

Apóstol, la voz de todos los fieles que luchan. Y entonces podemos decir que no vivimos<br />

nosotros; es Cristo quien vive en nosotros; si es que en nuestra lucha contra la<br />

concupiscencia confiamos en él, no en nosotros, hasta conseguir victoria definitiva sobre el<br />

enemigo. Cristo se hizo por nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención, como<br />

está escrito: "El que se gloría, se gloríe en el Señor" 86 .<br />

71. No es una contradicción, como piensas, decir: No vivo yo, es Cristo quien vive en mí<br />

87 ; y decir: Sé que no habita en mí, es decir, en mi carne, el bien. En efecto, si Cristo vive<br />

en él, tiene fuerza para luchar y vencer el mal que habita en su carne. Porque nadie puede<br />

combatir con eficacia los deseos de su carne con los del espíritu si el espíritu de Cristo no<br />

está en él. Muy lejos de nosotros el afirmar, como nos acusas, de haber dicho que "el<br />

Apóstol con sus palabras ha querido dar a entender que, a pesar de su resistencia, es<br />

llevado de la mano por la impura voluptuosidad a entregarse en brazos de una hetaira";<br />

pero él afirma lo contrario: No soy yo quien obra el mal 88 , indicando as' que la<br />

concupiscencia de la carne le solicitaba al pecado, pero su voluntad no consentía.<br />

72. ¿Por qué te empeñas, en vano, en aplicar a los "orgullosos judíos las palabras del<br />

Apóstol y dices que son ellos los que hablan en la persona de Pablo, pues despreciaban los<br />

dones de Cristo, como si para ellos no fueran necesarios?" Esta es una suspicacia tuya; y ¡<br />

ojalá que, al menos tú, pudieras apreciar los dones de Cristo y creer son eficaces para<br />

ayudarnos a triunfar de la concupiscencia! Dices: "Los judíos despreciaban estos dones,<br />

porque el Señor les perdonaba los pecados que podían evitar por los avisos que<br />

encontraban en la ley". ¡Como si el perdón de los pecados pudiera evitar que la carne<br />

codicie contra el espíritu, lucha que da lugar a estas palabras: Sé que no habita en mí, es<br />

decir, en mi carne, el bien, y otras expresiones semejantes!<br />

Pero tú no te apartas ni un ápice de vuestro dogma, y piensas que la gracia de Dios, por<br />

Jesucristo nuestro Señor, consiste solamente en el perdón de los pecados y no ayuda a<br />

evitarlos y a vencer las concupiscencias de la carne derramando en nuestros corazones el<br />

Espíritu Santo que nos ha sido dado. Ni consideras que dice: Veo otra ley en mis miembros<br />

que lucha contra la ley de mi espíritu, y de este mal clama no puede ser liberado sino por<br />

la gracia de Jesucristo nuestro Señor; y no porque sea judío ni porque sea pecador, sino<br />

para esforzarse en no pecar.<br />

73. "Exagera el Apóstol -dices- la fuerza de la costumbre". Dime si lucha el bautizado<br />

contra esta fuerza o no. Si respondes: "No", estás en contradicción con el sentimiento de<br />

todos los cristianos; y, si luchan, ¿por qué no reconoces en las palabras del Apóstol la voz<br />

de un luchador? "Pero aunque la ley -dices- es buena y santo el mandato, hace que los<br />

ánimos depravados se encorajinen, porque sin la voluntad ninguna instrucción puede<br />

llevar a la virtud". ¡Qué inteligencia tan aguda! ¡Qué habilidad la tuya para interpretar las<br />

Sagradas Escrituras! ¿Qué harás de las palabras del que dice: No hago lo que quiero; y: El<br />

querer está a mi alcance; y: Hago lo que no quiero, y: Me adelicio en la ley de Dios según<br />

el hombre interior?<br />

Oyes esto y dices: "Faltan fuerzas, porque falta voluntad". Y ¿qué dirás si demuestro que

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