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SAN AGUSTIN. OBRAS

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facilidad a luz sin interrumpir la marcha; los bebés recién nacidos son atendidos sin que<br />

las madres pierdan vigor, y, aliviados sus vientres, los cargan a sus espaldas. Las mujeres<br />

del pueblo, pobres en su mayoría, no usan de los oficios de las comadronas; por el<br />

contrario, las adineradas, debilitadas por las delicias de una vida muelle, tienen servidores<br />

en número, y cuanto más se las cuida, más enfermedades fingen, y piensan son mayores<br />

las necesidades cuanto con más solicitud son atendidas.<br />

Cuanto a los maridos millonarios, no están sus manos marcadas por las espinas como las<br />

del primer hombre; confían en sus riquezas y creen falta de dignidad ocuparse un<br />

momento en la agricultura; sus latifundios les extienden una póliza de seguro contra el<br />

hambre y les permiten dirigir a sus jornaleros estas palabras del poeta: 'Desunce los<br />

bueyes y siembra las trufas' 175 . Si los dolores de las parturientas son fruto de una ley<br />

natural, como lo prueba el ejemplo de los animales y lo exige la propiedad de la sentencia<br />

divina; si la germinación de los cardos, que sofocan las buenas semillas de la tierra,<br />

obedece a un plan del Creador y hace más penoso y molesto el trabajo de los jornaleros;<br />

si, además, la cantidad de las zarzas, como los dolores del parto, varían según las<br />

regiones y los temperos; por último, si en la ley de gracia siguen las mujeres sufriendo<br />

dolores de parto, exceptuadas las que han sido criadas en la abundancia y en la molicie; si<br />

la corrupción de los cuerpos, inevitables, es más activa en el campo de la ciencia que en<br />

un estado de ignorancia, todo esto está de acuerdo con la verdad católica y perdéis el<br />

tiempo en citar el sufrimiento de las mujeres y los zarzales que crecen en el campo".<br />

Ag.- Al discutir sobre el castigo que Dios impuso a la primera pareja pecadora, y en<br />

particular a Eva, dices: "Basta ya de hablar de la mujer". ¿Por qué no eres fiel a tu<br />

promesa? Después de grandes digresiones retornas a ella, y lo que antes dijiste que<br />

bastaba, no basta ahora a tu locuacidad. Si no fuera tan incontenible tu verborrea, ¿cómo<br />

ibas a llenar ocho libros contra uno mío? Pero puedes decir lo que te plazca; después de<br />

una prometida suficiencia, nos resignamos a la saciedad con paciencia. ¿Por qué perder<br />

cosas tan bellas como luego te vinieron a la mente? Pero habrías hecho bien, mientras en<br />

tus manos tenías el libro y le dabas fin, en borrar estas palabras: "Basta ya de hablar de la<br />

mujer", pues entonces se vería hasta qué punto una promesa era para ti sagrada.<br />

Pero sigue, no te preocupes por esta bagatela; confía a tus lectores, contra tu promesa,<br />

tus bellos pensamientos. Di que los dolores de las parturientas varían según el vigor y el<br />

temperamento de las madres; describe cómo las hembras de los bárbaros y de los<br />

pastores nómadas tienen una gran facilidad al parir, incluso dan la sensación de no<br />

alumbrar, pues, lejos de experimentar dolor alguno, no sienten nada. Y aunque así fuera, ¿<br />

de qué te sirve? Es en contra tuya, pues, según tus palabras, los dolores del parto están<br />

inscritos en la naturaleza, y no podía Eva dar a luz de otra manera, de haber permanecido<br />

en el edén exenta de culpa. ¿Quieres ahora decir que las mujeres de los bárbaros y<br />

rústicas eran en esto más afortunadas y felices que la primera mujer, puesto que en esta<br />

tierra de penas y trabajos paren sin dolor, lo que no podía hacer si hubiera alumbrado Eva<br />

en el paraíso?<br />

¡Como si para algunas la naturaleza fuera hoy mejor que en su origen y que la experiencia<br />

humana fuera más potente para transformar a la mujer que Dios al crearla! Es posible que<br />

en tu pensamiento no hayas querido decir que las hembras bárbaras y rústicas dieran a luz<br />

sin dolor, sino que, al constatar en ellas una operación más fácil y placentera, reconoces<br />

que sufren. Pero ¿se puede afirmar que no sufren por el hecho de ser más llevadero el<br />

dolor? Pase que sufran menos en el parto, o que no sufran tanto como otras mujeres, o<br />

incluso que sufran más, pero que soportan mejor los dolores, fortalecidas como están por<br />

el trabajo, sin que experimenten fatiga ni desfallecimiento; pero, sin duda, sin excepción<br />

sufren todas más o menos; y estos dolores, vivos o apagados, no se puede dudar que son<br />

penas. Si pudieras pensar en que eres un simple hombre, no un cristiano, te sería más<br />

cómodo negar la existencia del paraíso de Dios que con tu sacrílega discusión creer en un<br />

paraíso con sufrimientos.<br />

Pruebas con elegancia que los ricos no heredaron del primer hombre la ley del trabajo e<br />

ignoras, o finges ignorar, que los ricos trabajan más duramente con la inteligencia que los<br />

pobres con las manos. Cuando habla la Sagrada Escritura del sudor en el trabajo, del que<br />

nadie está libre, se refiere, en general, a toda clase de trabajos, a los duros del cuerpo y a<br />

las inquietudes del alma; tales los estudios a los que uno, si quiere aprender, se dedica. Y<br />

¿qué es lo que produce esta inquietud sino esta tierra, tierra que su Creador no hizo al<br />

principio para tormento del hombre? Pero hoy, como está escrito en el libro de la

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