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SAN AGUSTIN. OBRAS

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Tú osas decir que no sólo existían los dolores de Eva; más aún, que ya los había sentido<br />

cuando la amenazó Dios con multiplicarlos. Nunca hemos hablado así nosotros de los hijos<br />

de Adán cuando cometió tan enorme pecado. Con todo, los dolores propios de la<br />

maternidad no existían en el orden de la naturaleza; no eran inevitables en el<br />

alumbramiento; la condena vino después de su pecado, pero no existían en el orden de la<br />

naturaleza. Vosotros, al negarlo, ¿qué hacéis sino introducir en aquella morada de placeres<br />

puros, donde no se permitió permanecer a los hombres sujetos al sufrimiento sin haber<br />

pecado, de donde los excluya la necesidad del castigo? Ignoro de dónde viene esta vuestra<br />

obstinación; sin duda, sois enemigos del paraíso, y preferís habitar fuera de sus fronteras,<br />

como Adán, que, al ser arrojado del edén, lo colocó Dios en la parte opuesta.<br />

Enemigo del paraíso, considera la pobreza de tus argumentos contra el edén. Te parece no<br />

se puede multiplicar lo que de alguna manera no existe; cuando no existe una cosa, se<br />

puede decir que se crea, no que se multiplica. En sus comienzos, las cosas son simples; se<br />

multiplican por el crecimiento. En consecuencia, en el libro de la Sabiduría se llama<br />

múltiple al Espíritu, sin principio, pues existe desde la eternidad; pero se sirve el autor de<br />

un término impropio, porque el Espíritu no es capaz de crecimiento. ¿Y qué dirás de la<br />

respuesta de Dios a Abrahán cuando le dice: Multiplicaré tu descendencia como las<br />

estrellas del cielo? 150 En este texto promete Dios multiplicar la descendencia de Abrahán<br />

como multiplicó las estrellas del cielo. Y ¿qué? Para que pudieran ser multiplicadas, ¿eran,<br />

en los comienzos, menos y no fueron siempre tan numerosas como hoy? ¿Por qué no<br />

interpretar estas palabras: Multiplicaré en gran manera tus dolores 151 , en este sentido:<br />

"Haré que tus dolores sean incontables?" ¿No es tu intención, en cuanto es posible,<br />

introducir en el paraíso los sufrimientos, y poder decir así que en este lugar de delicias ya<br />

existían las miserias antes del pecado?<br />

Existían, dices, en la naturaleza de Eva los sufrimientos de la maternidad antes de su<br />

prevaricación, aunque, según tú, estos dolores eran moderados y naturales; y pretendes<br />

aún más, a saber, que este primitivo estado no haya sido modificado por los nuevos<br />

dolores, que Dios multiplicó en castigo de la desobediencia de la mujer. Estas son tus<br />

palabras: "Este aumento de miserias no alteró la moderación natural". Luego, según tu<br />

doctrina, es ley de la naturaleza el sufrimiento moderado de las mujeres en su<br />

alumbramiento; lo que el pecado de Eva añadió fue un aumento de estos dolores.<br />

Al hablar así, no te das cuenta de que, si las miserias aumentaron por el pecado, ya<br />

existían en la naturaleza; y la mujer ha visto aumentar estas miserias como castigo de su<br />

pecado, pero ya, antes del pecado, era desgraciada por naturaleza. Aunque afirmes que su<br />

condición natural la hacía moderadamente desgraciada, al decir que fueron sus miserias<br />

multiplicadas, lo quieras o no, reconoces que ya antes de este aumento era desgraciada. ¡<br />

Así tratas la naturaleza del hombre cuando sale de las manos de Dios! ¡Así nos describes<br />

el paraíso de Dios! Arrojado del edén, ubicado en el lado opuesto, hablas contra el paraíso,<br />

y nos dices que las miserias fueron instaladas por Dios en esta morada de felicidad; y no<br />

tuvieron su origen en el pecado, pero sí su acrecimiento. ¿Hay algo más opuesto a la<br />

felicidad como el sufrimiento? ¿Qué más contrario al dolor que la felicidad? ¿Qué significa<br />

el hombre expulsado del paraíso y colocado en la parte opuesta, sino que ha sido colocado<br />

en una paramera de miserias, lo que, sin contradicción posible, es opuesto a la felicidad? ¿<br />

Qué rechaza la naturaleza? El dolor. ¿Qué apetece? La felicidad. Finalmente, si<br />

consultamos a nuestro libre albedrío sobre esto, vemos que nada hay más enraizado en<br />

nuestra naturaleza, pues, a pesar de nuestras miserias, persiste siempre en nosotros el<br />

deseo de evitar la desgracia y querer ser felices. Y es esto tan verdad, que los mismos que<br />

por su mal vivir son miserables y quieren vivir mal, no quieren, sin embargo, ser<br />

desgraciados, sino felices. Y no se trata aquí del libre albedrío, que nos hace querer el bien<br />

en nuestras acciones, pues éste lo hemos perdido por el pecado y recuperado por gracia;<br />

sino que hablo del libre albedrío, que desea nuestra felicidad y no queremos ser<br />

desgraciados; y este deseo ni miserables ni dichosos lo pueden perder.<br />

Sin excepción, todos queremos ser felices; verdad tan incuestionable que ni los filósofos<br />

de este siglo, incluso los académicos, que dudan de todo, si creemos al jefe Tulio, se ven<br />

forzados a confesar, diciendo que es la única verdad sin margen para la duda y deseada<br />

por todos. Pero este libre albedrío encuentra su fuerza en la gracia de Dios; lo que<br />

naturalmente deseamos, es decir, la felicidad, la podemos conseguir con una vida santa.<br />

Tú, en cambio, dices que el sufrimiento, por moderado que sea, siempre es sufrimiento, y,<br />

en consecuencia, contrario a la felicidad, verdad que nadie niega ni puede negar; pues

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