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SAN AGUSTIN. OBRAS

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Juzga, pues, cuanto te parezca que el tribuno es pecador y no cumplidor de la ley; pero<br />

escúchale y hazle caso, no sólo a él, sino también a quien por medio de él te dice: Cuando<br />

os persigan en una ciudad, huid a otra 16 . ¿Por qué os paráis? Escuchad y oíd, es Cristo el<br />

que lo manda, no el tribuno. A no ser que respondas y digas: "Ciertamente dice Cristo:<br />

Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra; pero ¿por qué tengo que salir de esta<br />

ciudad, cuando ni éste es mi perseguidor ni yo soy oyente de Cristo?" Por eso, si<br />

permaneces, eres un lobo sanguinario; si huyes, un lobo espantadizo. Y como el Esposo<br />

dice: A menos que te conozcas a ti misma, ¡oh la más hermosa entre las mujeres!, sal tras<br />

las huellas de los ganados y apacienta a tus cabritillos junto a las cabañas de los pastores<br />

17 ; aunque te glorías de ser pastor, como saliste del ovil del Señor, apacientas a tus<br />

cabritos, no a las ovejas de Cristo.<br />

No se persigue a los donatistas, sino sus errores<br />

XVIII. 19. Texto de la carta: "Además, ¿qué lugares habrá que en esta tempestad de la<br />

persecución, perturbada por doquier la tranquilidad, reciban a los sacerdotes como en<br />

puerto de salvación, si el Señor ha dicho: Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra?<br />

18 Los apóstoles huían entonces con toda seguridad, ya que el emperador no había<br />

proscrito a nadie por su causa. En cambio, ahora, aterrados por las proscripciones, los que<br />

reciben a los cristianos, temiendo el peligro, no sólo no los reciben, sino que temen ver a<br />

los que en secreto veneran".<br />

Respuesta a esto: Alabo sin vacilación el hecho de que os conocéis; pero me duele el que<br />

no os enmendéis. ¿Puede haber cosa más patente que esta tu confesión, por la que dejas<br />

bien claro que vosotros no pertenecéis a la comunidad de aquellos a quienes dice el<br />

Señor: Si os persiguen en una ciudad, huid a otra? 19 Aquí tienes lo que te dije poco ha,<br />

que me podías contestar con toda verdad si me dijeras: Ni éste es mi perseguidor, ni yo<br />

soy oyente de Cristo. Y con toda claridad lo dices. ¿Cómo, en efecto, eres oyente de<br />

Cristo, si él promete a sus oyentes, esto es, a sus seguidores, que no faltarán hasta el fin<br />

de los siglos ciudades en que refugiarse, cuando sufran persecución, diciendo: Cuando os<br />

persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad os digo que no acabaréis las ciudades de<br />

Israel antes de que venga el Hijo del hombre? 20 Tú, en cambio, dices que en esta<br />

persecución, que os quejáis de soportar, ya os faltan lugares a donde huir y donde, como<br />

en un puerto, podáis descansar de esta tempestad; hablas ahí contra la promesa de<br />

Cristo, que asegura no faltarán ciudades en que refugiarse los suyos que sufren<br />

persecución hasta que él venga, esto es, hasta la consumación de los siglos. Como él<br />

prometió a los suyos esto que vosotros no encontráis, miente él si vosotros sois suyos;<br />

pero como él no miente, síguese que vosotros no sois suyos.<br />

Por esto, tampoco el tribuno, a quien contestas, es vuestro perseguidor, sino perseguidor<br />

de vuestro perseguidor, esto es, de vuestro error, que os impulsa a hacer tales cosas, de<br />

suerte que pertenecéis a aquella clase de hombres de los cuales está escrito que fueron<br />

perseguidos por sus propias obras 21 . Por consiguiente, si entendéis qué es lo que<br />

persiguen en vosotros los que os aman, huiríais sin duda de vuestros malos hechos, que<br />

son los que os persiguen, y os uniríais a los que, para haceros libres, persiguen a vuestros<br />

perseguidores; no persiguen, en efecto, sino vuestros errores.<br />

No hay libertad ilimitada<br />

XIX. 20. Texto de la carta: "Por el autor de todas las cosas, nuestro Señor Jesucristo,<br />

Dios todopoderoso, creó al hombre semejante a él y le entregó a su libre albedrío. Así está<br />

escrito: Dios creó al hombre, y le dejó en manos de su albedrío 22 . ¿Por qué un mandato<br />

humano me arrebata ahora lo que Dios me dio? Advierte, oh varón excelso, qué sacrilegios<br />

tan grandes se cometen contra Dios, llegando la presunción humana al extremo de quitar<br />

lo que él otorgó, y jactarse en vano de hacerlo por Dios. Supone una gran injuria a Dios<br />

que los hombres traten de defenderlo. ¿Qué piensa de Dios quien trata de defenderlo con<br />

la violencia, sino que no es capaz de vengar los ultrajes que se le hacen?"<br />

Respuesta a esto: Según estos sumamente falaces y vanos razonamientos vuestros, se<br />

deben soltar y abandonar las riendas y dejar impunes todos los pecados del capricho<br />

humano y permitir que el atrevimiento para dañar la pasión deshonesta campee sin<br />

cerrojo alguno de leyes: ni el rey en su reino, ni el jefe en sus soldados, ni el juez en su<br />

provincia, ni el señor en su siervo, ni el marido en su esposa, ni el padre en su hijo pueden

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