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Cartas filosóficas.pdf

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(.35)<br />

que un ladrón pasó desde el patíbulo al paraíso, y un cómico<br />

desde el teatro al martirio: mas todos estos fueron milagros<br />

para que veamos lo que Dios puede, y en modo ninguno<br />

reglas por donde podamos conducirnos.<br />

Euseb. Pero dime, ¿no podemos nosotros por una prudente<br />

epiqueya juzgar que la Iglesia no nos quiere obligar<br />

en el dia á Ja observancia de sus reglas de reserva? Es un<br />

principio reconocido en el derecho, que las leyes puramente<br />

humanas, y mucho mas las de la piadosa madre la Iglesia,<br />

no nos obligan con detrimento de la vida, libertad, honra,<br />

8cc. Estamos en el caso de que si insistimos en que se<br />

guarden estas leyes va á peligrar todo esto. Me parece pues<br />

que el apuro en que nos hallamos es suficiente á dispensarnos<br />

de ellas.<br />

Theoph. A mí ramhien me parece que nada hay que<br />

discurra y sutilice tanto como el amor propio cuando lo aprieta<br />

el miedo. Es verdad, regularmante hablando, que ninguna<br />

ley humana nos obliga en esos peligros; pero también<br />

lo es que nos obligan hasta perder la vida, si la infracción<br />

á que se nos violenta es en desprecio de la ley y del legislador,<br />

en detrimento del bien público, ó en escándalo de<br />

nuestros hermanos. Pues ajusta ahora tú las cuentas. ¿Por qué<br />

no se traen Bulas del Papa, y se guarda la actual disciplina<br />

en los nombramientos hechos por el Rey intruso? Porque<br />

su hermano tiene preso al Papa, y porque ambos profesan<br />

á ¡a religión católica acaso el mismo respeto que al Alcorán y<br />

Talmud. ¿ Qué resultará á nuestro pueblo si entra un Obispo<br />

napoleónico? Recibir en vez de pastor un lobo mas ó menos<br />

dañino, que, aun cuando no quiera, lo disipe y despedace,<br />

sin que se pueda esperar otra cosa del que ha tenido<br />

Ja malicia ó debilidad de prestarse á tal nombramiento.<br />

¿Qué juzgarán los fieles cuando vean que nosotros recibimos<br />

á un tal prelado? Que el tal prelado es su pastor legítimo,<br />

en cuya voz deben escuchar la de la Iglesia. Ven pues<br />

ahora á alegarme la doctrina que solo puede tener cabida<br />

cuando nada de esto suceda. Desengáñate, Eusebio; si quieres<br />

encontrar la grande regla que en este punto debe dirigirnos,<br />

ve á aprenderla en el santo anciano Eleázaro, cuyo<br />

martirio se nos describe en la historia de los Macabeos.<br />

La lev de cuya infracción se trataba era puramente ceremo-<br />

E i

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