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Leer-Diecisiete-contradicciones-y-el-fin-del-capitalismo

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200 | <strong>Diecisiete</strong> <strong>contradicciones</strong> y <strong>el</strong> <strong>fin</strong> d<strong>el</strong> <strong>capitalismo</strong>«atroces violaciones de los derechos humanos» en Guantánamo, critica que<strong>el</strong> gobierno estadounidense ignora descaradamente. No hay por desgracianada nuevo en rev<strong>el</strong>aciones de ese tipo. «La guerra es paz, la libertad esesclavitud, la ignorancia es fuerza», escribió George Orw<strong>el</strong>l en 1984, aunqueél pensaba entonces en la Unión Soviética y no en Estados Unidos.Frente a todo esto se siente la tentación de concluir que toda la retóricapolítica con respecto al anh<strong>el</strong>o de libertad es pura hipocresía, una máscaracon la que desvergonzados como Bush pretenden los objetivos más ruinesde beneficio, desposesión y sometimiento; pero esto equivaldría a negar lafuerza de esa otra historia que, desde las reb<strong>el</strong>iones campesinas hasta losmovimientos revolucionarios (en América, Francia, Rusia, China, etc.),pasando por la lucha por abolir la esclavitud o por liberar a poblacionesenteras de sus cadenas coloniales, ha logrado en <strong>el</strong> nombre de la libertaduna transformación sísmica de los perfiles de funcionamiento de nuestrasociedad mundial. Todo eso se ha producido mientras las fuerzas socialesextendían <strong>el</strong> campo de la libertad en batallas contra <strong>el</strong> apartheid, por losderechos civiles, laborales, de las mujeres o de distintas minorías (LGBT,poblaciones indígenas o discapacitadas, etc.). Todos esos combates hansurcado la historia d<strong>el</strong> <strong>capitalismo</strong> en mil formas distintas hasta transformarnuestro mundo social. Cuando los alzados contra <strong>el</strong> tiránico gobiernocolonial plantaban árboles de la libertad, no se trataba de un gesto vacío.Cuando resuena en las calles la exigencia de «libertad ahora», <strong>el</strong> ordensocial dominante se ve obligado a realizar temblando algunas concesiones,aunque lo que ofrece acabe teniendo poco más que un valor simbólico.El anh<strong>el</strong>o popular de libertad ha sido una poderosa fuerza motivadoradurante toda la historia d<strong>el</strong> capital, y ese anh<strong>el</strong>o no desaparecerá por muchoque se banalice y se degrade en la retórica de las clases dominantes y susrepresentantes políticos. Pero esa moneda tiene un reverso oscuro. En algúnpunto de su trayectoria (en particular cuando más se acercan a conseguir susobjetivos) todos los movimientos progresistas tienen que decidir quién o quétiene que ser sometido para asegurar la libertad que pretenden. En situacionesrevolucionarias se sacrifica <strong>el</strong> chivo de alguien y hay que preguntarse <strong>el</strong> dequién y por qué. El pobre Lov<strong>el</strong>ace acaba en prisión y eso parece injusto. LaRevolución Francesa recurrió al Terror para consolidar la «libertad, igualdad,fraternidad». Las esperanzas y sueños de generaciones de insurgentes comunistashan chocado contra las rocas de esa contradicción mientras la promesade emancipación humana se derrumbaba y ahogaba en <strong>el</strong> polvo de Estadosburocratizados y esclerotizados respaldados por un cru<strong>el</strong> aparato de represiónpolicial. De forma parecida, los habitantes de las sociedades poscolonialesque creían de corazón que la lucha por la liberación nacional y la libertaden general los llevaría a un gran florecimiento en ese terreno, viven ahoradesilusionados si no temerosos por <strong>el</strong> futuro de sus libertades. Sudáfrica,

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