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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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asuntos de coser y cantar. Era un conversador invencible y un maestro de la<br />

vida, y su modo de pensar era distinto de todo cuanto había conocido hasta<br />

entonces. Álvaro Cepeda y yo pasábamos horas escuchándolo, sobre todo por<br />

su principio básico de que las diferencias de fondo entre la vida y la literatura<br />

eran simples errores de forma. Más tarde, no recuerdo dónde, Álvaro escribió<br />

una ráfaga certera: «Todos venimos de José Félix».<br />

El grupo se había formado de un modo espontáneo, casi por la fuerza de<br />

gravedad, en virtud de una afinidad imdestructible pero difícil de entender a<br />

primera vista. Muchas veces nos preguntaron cómo siendo tan distintos<br />

estábamos siempre de acuerdo, y teníamos que improvisar cualquier respuesta<br />

<strong>para</strong> no contestar la verdad: no siempre lo estábamos, pero entendíamos las<br />

razones. Éramos conscientes de que fuera de nuestro ámbito teníamos una<br />

imagen de prepotentes, narcisistas y anárquicos. Sobre todo por nuestras<br />

definiciones políticas. Alfonso era visto <strong>com</strong>o un liberal ortodoxo, Germán <strong>com</strong>o<br />

un librepensador a regañadientes, Álvaro <strong>com</strong>o un anarquista arbitrario y yo<br />

<strong>com</strong>o un <strong>com</strong>unista incrédulo y un suicida en potencia. Sin embargo, creo sin la<br />

menor duda que nuestra fortuna mayor fue que aun en los apuros más<br />

extremos podíamos perder la paciencia pero nunca el sentido del humor.<br />

Nuestras pocas discrepancias serias las discutíamos sólo entre nosotros, y a<br />

veces alcanzaban temperaturas peligrosas que sin embargo se olvidaban tan<br />

pronto <strong>com</strong>o nos levantábamos de la mesa, o si llegaba algún amigo ajeno. La<br />

lección menos olvidable la aprendí <strong>para</strong> siempre en el bar Los Almendros, una<br />

noche de recién llegado en que Álvaro y yo nos enmarañamos en una<br />

discusión sobre Faulkner. Los únicos testigos en la mesa eran Germán y<br />

Alfonso, y se mantuvieron al margen en un silencio de mármol que llegó a<br />

extremos insoportables. No recuerdo en qué momento, pasado de rabia y<br />

aguardiente bruto, desafié a Álvaro a que resolviéramos la discusión a<br />

trompadas. Ambos iniciamos el impulso <strong>para</strong> levantarnos de la mesa y<br />

echarnos al medio de la calle, cuando la voz impasible de Germán Vargas nos<br />

frenó en seco con una lección <strong>para</strong> siempre:<br />

—El que se levante primero ya perdió.

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