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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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porque los tanques de gasolina del avión estaban a nuestros pies debajo del<br />

piso de tablas. Fueron tres horas de vuelo interminables.<br />

Cuando llegamos a Barranquilla acababa de llover <strong>com</strong>o sólo llueve en abril,<br />

con casas desenterradas de raíz y arrastradas por la corriente de las calles, y<br />

enfermos solitarios que se ahogaban en sus camas. Tuve que esperar a que<br />

acabara de escampar en el aeropuerto desordenado por el diluvio y apenas si<br />

logré averiguar que el avión de mi hermano y sus dos a<strong>com</strong>pañantes había<br />

llegado a tiempo, pero los tres se apresuraron a abandonar la terminal antes de<br />

los primeros truenos de un primer aguacero.<br />

Necesité otras tres horas <strong>para</strong> llegar a la agencia de viajes y perdí el último<br />

autobús que salió <strong>para</strong> Cartagena con el horario anticipado en previsión de la<br />

tormenta. No me preocupé, porque creía que allí se había ido mi hermano, pero<br />

me asusté por mí ante la idea de dormir una noche sin plata en Barranquilla.<br />

Por fin, gracias a José Falencia, logré un asilo de emergencia en la casa de las<br />

bellas hermanas Use y Lila Albarracín, y tres días después viajé a Cartagena<br />

en el autobús cojitranco de la Agencia Postal. Mi hermano Luis Enrique<br />

permanecería a la espera de un empleo en Barranquilla. No me quedaban más<br />

de ocho pesos, pero José Falencia me prometió llevarme un poco más en el<br />

autobús de la noche. No había un espacio libre, ni aun de pie, pero el<br />

conductor aceptó llevar en el techo a tres pasajeros, sentados en sus cargas y<br />

equipajes, y por la cuarta parte del precio regular. En situación tan rara, y a<br />

pleno sol, creo haber tomado conciencia de que aquel 9 de abril de 1948 había<br />

empezado en Colombia el siglo XX.<br />

6<br />

Al final de una jornada de tumbos mortales por una carretero de herradura, el<br />

camión de la Agencia Postal exhaló su ultimo aliento donde lo merecía:<br />

atascado en un manglar pestilente de pescados podridos a media legua de<br />

Cartagena de Indias. «El que viaja en camión no sabe dónde se muere»,<br />

recordé con la memoria de mi abuelo. Los pasajeros embrutecidos por seis

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