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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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instrumento, y me enseñó el secreto de la segunda voz <strong>para</strong> los boleros y los<br />

cantos vallenatos. Sin embargo, su proeza mayor fue que formó a Guillermo<br />

López Guerra un bogotano puro, en el arte caribe de tocar las claves, que es<br />

cuestión de tres dos, tres dos.<br />

Humberto Jaimes, de El Banco, era un estudioso encarnizado al que nunca le<br />

interesó bailar y sacrificaba sus fines de semana <strong>para</strong> quedarse estudiando en<br />

el colegio. Creo que no había visto nunca un balón de futbol ni leído la reseña<br />

de un partido de cualquier cosa. Hasta que se graduó de ingeniero en Bogotá e<br />

ingresó en El Tiempo <strong>com</strong>o aprendiz de redactor deportivo, donde llegó a ser<br />

director de su sección y uno de los buenos cronistas de futbol del país. De<br />

todos modos, el caso más raro que recuerdo fue sin duda el de Silvio Luna, un<br />

moreno retinto del Chocó que se graduó de abogado y después de médico, y<br />

parecía dispuesto a iniciar su tercera carrera cuando lo perdí de vista.<br />

Daniel Rozo —Pagocio— se <strong>com</strong>portó siempre <strong>com</strong>o un sabio en todas las<br />

ciencias humanas y divinas, y se prodigaba con ellas en clases y recreos.<br />

Siempre acudíamos a él <strong>para</strong> informarnos sobre el estado del mundo durante la<br />

guerra mundial, que seguíamos apenas por los rumores, pues no estaba<br />

autorizada en el colegio la entrada regular de periódicos o revistas, y la radiola<br />

la usábamos solo <strong>para</strong> bailar unos con otros. Nunca tuvimos ocasión de<br />

averiguar de dónde sacaba Pagocio sus batallas históricas en las cuales<br />

ganaban siempre los aliados. Sergio Castro —de Quetame— fue quizás el<br />

mejor estudiante en todos los años del liceo, y obtuvo siempre las calificaciones<br />

más altas desde su ingreso. Me parece que su secreto era el mismo que me<br />

había aconsejado Martina Fonseca en el colegio San José: no perdía una<br />

palabra del maestro o de las intervenciones de sus condiscípulos en las clases,<br />

tomaba notas hasta de la respiración de los profesores y las ordenaba en un<br />

cuaderno perfecto. Tal vez por lo mismo no necesitaba gastar tiempo en<br />

pre<strong>para</strong>r los exámenes, y leía libros de aventuras los fines de semana mientras<br />

los otros nos incinerábamos en los estudios.<br />

Mi <strong>com</strong>pañero más asiduo en los recreos fue el bogotano puro Álvaro Ruiz<br />

Torres, que intercambiaba conmigo las noticias diarias de las novias en el<br />

recreo de la noche, mientras marchábamos con tranco militar alrededor del

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