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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Después de examinarlo, mi padre se dio cuenta de que el caso no estaba al<br />

alcance de su ciencia, y lo mandó a un colega cirujano que no encontró el mico<br />

que el paciente creía, sino un engendro sin forma pero con vida propia. Lo que<br />

a mí me importó, sin embargo, no fue la bestia del vientre sino el relato del<br />

enfermo sobre el mundo mágico de La Sierpe, un país de leyenda dentro de los<br />

límites de Sucre al que sólo podría llegarse por tremedales humeantes, donde<br />

uno de los episodios más corrientes era vengar una ofensa con un maleficio<br />

<strong>com</strong>o aquel de una criatura del demonio dentro del vientre.<br />

Los habitantes de La Sierpe eran católicos convencidos pero vivían la religión a<br />

su manera, con oraciones mágicas <strong>para</strong> cada ocasión. Creían en Dios, en la<br />

Virgen y en la Santísima Trinidad, pero los adoraban en cualquier objeto en que<br />

les pareciera descubrir facultades divinas. Lo que podía ser inverosímil <strong>para</strong><br />

ellos era que alguien a quien le creciera una bestia satánica dentro del vientre<br />

fuera tan racional <strong>com</strong>o <strong>para</strong> apelar a la herejía de un cirujano.<br />

Pronto me llevé la sorpresa de que todo el mundo en Sucre conocía la<br />

existencia de La Sierpe <strong>com</strong>o un hecho real, cuyo único problema era llegar a<br />

ella a través de toda clase de tropiezos geográficos y mentales. A última hora<br />

descubrí por casualidad que el maestro en el tema de La Sierpe era mi amigo<br />

Ángel Casij, a quien había visto por última vez cantando en una orquesta del<br />

barrio chino de Barrancabermeja, en mi segundo o tercer viaje por el río<br />

Magdalena. Lo encontré con más uso de razón que aquella vez, y con un relato<br />

alucinante de sus varios viajes a La Sierpe. Entonces supe todo lo que podía<br />

saberse de la Marquesita, dueña y señora de aquel vasto reino donde se<br />

conocían oraciones secretas <strong>para</strong> hacer el bien o el mal, <strong>para</strong> levantar del<br />

lecho a un moribundo no conociendo de él nada más que la descripción de su<br />

físico y el lugar preciso donde estaba, o <strong>para</strong> mandar una serpiente a través de<br />

los pantanos que al cabo de seis días le diera muerte a un enemigo.<br />

Lo único que le estaba vedado era la resurrección de los muertos, por ser un<br />

poder reservado a Dios. Vivió todos los años que quiso, y se supone que<br />

fueron hasta doscientos treinta y tres, pero sin haber envejecido ni un día más<br />

después de los sesenta y seis. Antes de morir concentró sus fabulosos rebaños<br />

y los hizo girar durante dos días y dos noches alrededor de su casa, hasta que

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