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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Todavía no me repongo de la emoción. Como no me repongo del día en que se<br />

asomó a la calle por la ventana de su oficina <strong>para</strong> conocer un famoso caballo<br />

de paso que querían venderle, y de pronto sintió que el ojo se le llenaba de<br />

agua.<br />

Trató de protegerse con la mano y le quedaron en la palma unas pocas gotas<br />

de un líquido diáfano. No sólo perdió el ojo derecho, sino que mi abuela no<br />

permitió que <strong>com</strong>prara el caballo habitado por el diablo. Usó por poco tiempo<br />

un parche de pirata sobre la cuenca nublada hasta que el oculista se lo cambió<br />

por unos espejuelos bien graduados y le recetó un bastón de carreto que<br />

terminó por ser una seña de identidad, <strong>com</strong>o el relojito de chaleco con leontina<br />

de oro, cuya tapa se abría con un sobresalto musical. Siempre fue del dominio<br />

público que las perfidias de los años que empezaban a inquietarlo no afectaron<br />

<strong>para</strong> nada sus mañas de seductor secreto y buen amante.<br />

En el baño ritual de las seis de la mañana, que en sus últimos años tomó<br />

siempre conmigo, nos echábamos agua de la alberca con una totuma y<br />

terminábamos empapados del Agua Florida de Lanman y Kemps, que los<br />

contrabandistas de Curazao vendían por cajas a domicilio, <strong>com</strong>o el brandy y las<br />

camisas de seda china. Alguna vez se le oyó decir que era el único perfume<br />

que usaba porque sólo lo sentía quien lo llevaba, pero no volvió a creerlo<br />

cuando alguien lo reconoció en una almohada ajena. Otra historia que oí repetir<br />

durante años fue la de una noche en que se había ido la luz y el abuelo se<br />

echó un frasco de tinta en la cabeza creyendo que era su Agua Florida.<br />

Para los oficios diarios dentro de la casa usaba pantalones de dril con sus<br />

tirantes elásticos de siempre, zapatos suaves y una gorra de pana con visera.<br />

Para la misa del domingo, a la que faltó muy pocas veces y sólo por razones de<br />

fuerza mayor, o <strong>para</strong> cualquier efemérides o memorial diario, llevaba un vestido<br />

<strong>com</strong>pleto de lino blanco, con cuello de celuloide y corbata negra. Estas<br />

ocasiones escasas le valieron sin duda su fama de botarate y petulante. La<br />

impresión que tengo hoy es que la casa con todo lo que tenía dentro sólo<br />

existía <strong>para</strong> él, pues era un matrimonio ejemplar del machismo en una<br />

sociedad matriarcal, en la que el hombre es rey absoluto de su casa, pero la<br />

que gobierna es su mujer. Dicho sin más vueltas, él era el macho. Es decir: un

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