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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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En la solemnidad del acto, lo primero que se me ocurrió fue qué iba a pensar<br />

mi padre cuando supiera que su primo, el godo duro, era el líder mayor de una<br />

revolución de extrema izquierda. La dueña de la pensión, ante el tamaño de los<br />

nombres vinculados a las universidades, se sorprendió de que no se<br />

<strong>com</strong>portaran <strong>com</strong>o profesores sino <strong>com</strong>o estudiantes malcriados. Bastaba<br />

pasar dos números del cuadrante <strong>para</strong> encontrarse con un país distinto. En la<br />

Radio Nacional, los liberales oficialistas llamaban a la calma, en otras<br />

clamaban contra los <strong>com</strong>unistas fieles a Moscú, mientras los dirigentes más<br />

altos del liberalismo oficial desafiaban los riesgos de las calles en guerra,<br />

tratando de llegar al Palacio Presidencial <strong>para</strong> negociar un <strong>com</strong>promiso de<br />

unidad con el gobierno conservador.<br />

Seguimos aturdidos por aquella confusión demente hasta que un hijo de la<br />

dueña gritó de pronto que la casa estaba quemándose. En efecto, se había<br />

abierto una grieta en el muro de calicanto del fondo, y un humo negro y espeso<br />

empezaba a enrarecer el aire de los dormitorios. Provenía sin duda de la<br />

Gobernación Departamental, contigua a la pensión, que había sido incendiada<br />

por los manifestantes, pero el muro parecía bastante fuerte <strong>para</strong> resistir. Así<br />

que bajamos la escalera a zancadas y nos encontramos en una ciudad en<br />

guerra. Los asaltantes desaforados tiraban por las ventanas de la Gobernación<br />

cuanto encontraban en las oficinas. El humo de los incendios había nublado el<br />

aire, y el cielo encapotado era un manto siniestro. Hordas enloquecidas,<br />

armadas de machetes y toda clase de herramientas robadas en las ferreterías,<br />

asaltaban y prendían fuego al <strong>com</strong>ercio de la carrera Séptima y las calles<br />

adyacentes con ayuda de policías amotinados. Una visión instantánea nos<br />

bastó <strong>para</strong> darnos cuenta de que la situación era incontrolable. Mi hermano se<br />

anticipó a mi pensamiento con un grito:<br />

—¡Mierda, la máquina de escribir!<br />

Corrimos hacia la casa de empeño que todavía estaba intacta, con las rejas de<br />

hierro bien cerradas, pero la máquina no estaba donde había estado siempre.<br />

No nos preocupamos, pensando que en los días siguientes podríamos<br />

recuperarla, sin darnos cuenta todavía de que aquel desastre colosal no tendría<br />

días siguientes.

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