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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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añada en lágrimas de risa. Sin embargo, aquel día permaneció absorta y por<br />

fin dijo en la mesa <strong>com</strong>o hablando <strong>para</strong> nadie:<br />

—Le noté a <strong>Gabriel</strong> algo raro en la voz.<br />

Le explicamos que el sistema de radio no sólo distorsiona las voces sino que<br />

enmascara la personalidad. La noche siguiente dijo dormida: «De todos modos<br />

se le oía la voz <strong>com</strong>o si estuviera mucho más flaco». Tenía la nariz afilada de<br />

sus malos días, y se preguntaba entre suspiros cómo serían esos pueblos sin<br />

Dios ni ley por donde andaba su hombre suelto de madrina. Sus motivos<br />

ocultos fueron más evidentes en una segunda conversación por radio, cuando<br />

le hizo prometer a mi padre que regresaría a casa de inmediato si no resolvía<br />

nada en dos semanas. Sin embargo, antes del plazo recibimos desde los Altos<br />

del Rosario un telegrama dramático de una sola palabra: «Indeciso». Mi madre<br />

vio en el mensaje la confirmación de sus presagios más lúcidos, y dictó su<br />

veredicto inapelable:<br />

—O vienes antes del lunes, o ahora mismo me voy <strong>para</strong> allá con toda la prole.<br />

Santo remedio. Mi padre conocía el poder de sus amenazas, y antes de una<br />

semana estaba de regreso en Barranquilla. Nos impresionó su entrada, vestido<br />

de cualquier modo, con la piel verdosa y sin afeitar, hasta el punto de que mi<br />

madre creyó que estaba enfermo. Pero fue una impresión momentánea, porque<br />

en dos días rescató el proyecto juvenil de instalar una farmacia múltiple en la<br />

población de Sucre, un recodo idílico y próspero a una noche y un día de<br />

navegación desde Barranquilla. Había estado allá en sus mocedades de<br />

telegrafista, y el corazón se le encogía al recordar el viaje por canales<br />

crepusculares y ciénagas doradas, y los bailes eternos. En una época se había<br />

obstinado en conseguir aquella plaza, pero sin la suerte que tuvo <strong>para</strong> otras,<br />

<strong>com</strong>o Aracataca, aún más apetecidas. Volvió a pensar en ella unos cinco años<br />

después, cuando la tercera crisis del banano, pero la encontró copada por los<br />

mayoristas de Magangué. Sin embargo, un mes antes de volver a Barranquilla<br />

se había encontrado por casualidad con uno de ellos, que no sólo le pintó una<br />

realidad contraria, sino que le ofreció un buen crédito <strong>para</strong> Sucre. No lo aceptó<br />

porque estaba a punto de conseguir el sueño dorado de los Altos del Rosario,

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