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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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El único de los tíos que tuvo una resonancia pública fue el mayor de todos y el<br />

único conservador, José María Valdeblánquez, que había sido senador de la<br />

República durante la guerra de los Mil Días, y en esa condición asistió a la<br />

firma de la rendición liberal en la cercana finca de Neerlandia. Frente a él, en el<br />

lado de los vencidos, estaba su padre.<br />

Creo que la esencia de mi modo de ser y de pensar se la debo en realidad a<br />

las mujeres de la familia y a las muchas de la servidumbre que pastorearon mi<br />

infancia. Eran de carácter fuerte y corazón tierno, y me trataban con la<br />

naturalidad del <strong>para</strong>íso terrenal. Entre las muchas que recuerdo, Lucía fue la<br />

única que me sorprendió con su malicia pueril, cuando me llevó al callejón de<br />

los sapos y se alzó la bata hasta la cintura <strong>para</strong> mostrarme su pelambre cobriza<br />

y desgreñada. Sin embargo, lo que en realidad me llamó la atención fue la<br />

mancha de carate que se extendía por su vientre <strong>com</strong>o un mapamundi de<br />

dunas moradas y océanos amarillos. Las otras parecían arcángeles de la<br />

pureza: se cambiaban de ropa delante de mí, me bañaban mientras se<br />

bañaban, me sentaban en mi bacinilla y se sentaban en las suyas frente a mí<br />

<strong>para</strong> desahogarse de sus secretos, sus penas, sus rencores, <strong>com</strong>o si yo no<br />

entendiera, sin darse cuenta de que lo sabía todo porque ataba los cabos que<br />

ellas mismas me dejaban sueltos.<br />

Chon era de la servidumbre y de la calle. Había llegado de Barrancas con los<br />

abuelos cuando todavía era niña, había acabado de criarse en la cocina pero<br />

asimilada a la familia, y el trato que le daban era el de una tía chaperona desde<br />

que hizo la peregrinación a la Provincia con mi madre enamorada. En sus<br />

últimos años se mudó a un cuarto propio en la parte más pobre del pueblo, por<br />

la gracia de su real gana, y vivía de vender en la calle desde el amanecer las<br />

bolas de maíz molido <strong>para</strong> las arepas, con un pregón que se volvió familiar en<br />

el silencio de la madrugada: «Las masitas heladas de la vieja Chon…».<br />

Tenía un bello color de india y desde siempre pareció en los puros huesos, y<br />

andaba a pie descalzo, con un turbante blanco y envuelta en sábanas<br />

almidonadas. Caminaba muy despacio por la mitad de la calle, con una escolta<br />

de perros mansos y callados que avanzaban dando vueltas alrededor de ella.

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