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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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oro. El maestro Zabala, nacido en el pueblo vecino de San Jacinto, me<br />

en<strong>com</strong>endó con una rara determinación el manejo editorial de la noticia sin<br />

hacer caso de la censura y con todas sus consecuencias. Mi primera nota sin<br />

firma en la página editorial exigía al gobierno una investigación a fondo de la<br />

agresión y el castigo de los autores. Y terminaba con una pregunta: «¿Qué<br />

pasó en el Carmen de Bolívar?». Ante el desdén oficial, y ya en guerra franca<br />

con la censura, seguimos repitiendo la pregunta con una nota diaria en la<br />

misma página y con una energía creciente, dispuestos a exasperar al gobierno<br />

mucho más de lo que ya estaba. Al cabo de tres días, el director del diario<br />

confirmó con Zabala si había consultado con la redacción en pleno, y él mismo<br />

estaba de acuerdo en que debíamos continuar con el tema. De modo que<br />

seguimos haciendo la pregunta. Mientras tanto, lo único que supimos del<br />

gobierno nos llegó por una infidencia: habían dado orden de dejarnos solos con<br />

nuestro tema de loquitos sueltos hasta que se nos acabara la cuerda. No fue<br />

fácil, pues nuestra pregunta de cada día andaba ya por la calle <strong>com</strong>o un saludo<br />

popular: «Hola hermano: ¿qué pasó en el Carmen de Bolívar?».<br />

La noche menos pensada, sin ningún anuncio, una patrulla del ejército cerró la<br />

calle de San Juan de Dios con un gran ruido de voces y de armas, y el general<br />

Ernesto Polanía Puyo, <strong>com</strong>andante de la policía militarizada, entró pisando<br />

firme en la casa de El Universal. Llevaba el uniforme de merengue blanco de<br />

las fechas grandes, con las polainas de charol y el sable ceñido con un cordón<br />

de seda, y los botones e insignias tan brillantes que parecían de oro. No<br />

desmerecía ni un ápice a su fama de elegante y encantador, aunque sabíamos<br />

que era un duro de paz y de guerra, <strong>com</strong>o lo demostró años más tarde al<br />

mando del batallón Colombia en la guerra de Corea. Nadie se movió en las dos<br />

horas intensas que conversó a puerta cerrada con el director. Tomaron<br />

veintidós tazas de café negro, sin cigarrillos ni alcohol porque ambos eran<br />

libres de vicios. A la salida, el general se vio aún más distendido cuando se<br />

despidió de nosotros uno por uno. Conmigo se demoró un poco más, me miró<br />

directo a los ojos con sus ojos de lince, y me dijo:<br />

—Usted llegará lejos.

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