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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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—Alista tus vainas, que te vas <strong>para</strong> Bogotá.<br />

El primer impacto fue una gran frustración, pues lo que hubiera querido<br />

entonces era quedarme ahogado en la parranda perpetua. Pero prevaleció la<br />

inocencia. Por la ropa de tierra fría no hubo problema. Mi padre tenía un<br />

vestido negro de cheviot y otro de pana, y ninguno le cerraba en la cintura. Así<br />

que fuimos con Pedro León Rosales, el llamado sastre de los milagros, y me<br />

los <strong>com</strong>puso a mi tamaño. Mi madre me <strong>com</strong>pró además el sobretodo de piel<br />

de camello de un senador muerto. Cuando me lo estaba midiendo en casa, mi<br />

hermana Ligia —que es vidente de natura— me previno en secreto de que el<br />

fantasma del senador se paseaba de noche por su casa con el sobretodo<br />

puesto. No le hice caso, pero más me hubiera valido, porque cuando me lo<br />

puse en Bogotá me vi en el espejo con la cara del senador muerto. Lo empeñé<br />

por diez pesos en el Monte de Piedad y lo dejé perder.<br />

El ambiente doméstico había mejorado tanto que estuve a punto de llorar en<br />

las despedidas, pero el programa se cumplió al pie de la letra sin<br />

sentimentalismos. La segunda semana de enero me embarqué en Magangué<br />

en el David Arango, el buque insignia de la Naviera Colombiana, después de<br />

vivir una noche de hombre libre. Mi <strong>com</strong>pañero de camarote fue un ángel de<br />

doscientas veinte libras y lampiño de cuerpo entero. Tenía el nombre usurpado<br />

de Jack el Destripador, y era el último sobreviviente de una estirpe de<br />

cuchilleros de circo del Asia Menor. A primera vista me pareció capaz de<br />

estrangularme mientras dormía, pero en los días siguientes me di cuenta de<br />

que sólo era lo que parecía: un bebé gigante con un corazón que no le cabía<br />

en el cuerpo.<br />

Hubo fiesta oficial la primera noche, con orquesta y cena de gala, pero me<br />

escapé a la cubierta, contemplé por última vez las luces del mundo que me<br />

disponía a olvidar sin dolor y lloré a gusto hasta el amanecer. Hoy me atrevo a<br />

decir que por lo único que quisiera volver a ser niño es <strong>para</strong> gozar otra vez de<br />

aquel viaje. Tuve que hacerlo de ida y vuelta varias veces durante los cuatro<br />

años que me faltaban del bachillerato y otros dos de la universidad, y cada vez<br />

aprendí más de la vida que en la escuela, y mejor que en la escuela. Por la<br />

época en que las aguas tenían caudal suficiente, el viaje de subida duraba

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