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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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indio descalzo que se plantaba en la esquina de la lunchería Americana <strong>para</strong><br />

cantar a palo seco las canciones de las cosechas propias y ajenas, con una<br />

voz que tenía algo de hojalata, pero con un arte muy suyo que lo impuso entre<br />

la muchedumbre diaria de la calle San Blas. Buena parte de mi primera<br />

juventud la pasé plantado cerca de él, sin saludarlo siquiera, sin dejarme ver,<br />

hasta aprenderme de memoria su vasto repertorio de canciones de todos.<br />

La culminación de esa pasión llegó a su clímax una tarde de sopor en que el<br />

teléfono me interrumpió cuando escribía «La Jirafa». Una voz igual a las de<br />

tantos conocidos de mi infancia me saludó sin fórmulas previas:<br />

—Quihubo, hermano. Soy Rafael Escalona.<br />

Cinco minutos después nos encontramos en un reservado del café Roma <strong>para</strong><br />

entablar una amistad de toda la vida. Apenas si terminamos los saludos,<br />

porque empecé a exprimir a Escalona <strong>para</strong> que me cantara sus últimas<br />

canciones. Versos sueltos, con una voz muy baja y bien medida, que se<br />

a<strong>com</strong>pañaba tamboreando con los dedos en la mesa. La poesía popular de<br />

nuestras tierras se paseaba con un vestido nuevo en cada estrofa. «Te voy a<br />

dar un ramo de nomeolvides <strong>para</strong> que hagas lo que dice el significado»,<br />

cantaba. De mi parte, le demostré que sabía de memoria los mejores cantos de<br />

su tierra, tomados desde muy niño en el río revuelto de la tradición oral. Pero lo<br />

que más le sorprendió fue que yo le hablaba de la Provincia <strong>com</strong>o si la<br />

conociera.<br />

Días antes, Escalona había viajado en autobús de Villanueva a Valledupar,<br />

mientras <strong>com</strong>ponía de memoria la música y la letra de una nueva canción <strong>para</strong><br />

los carnavales del domingo siguiente. Era su método maestro, porque no sabía<br />

escribir música ni tocar ningún instrumento. En alguno de los pueblos<br />

intermedios subió al bus un trovador errante de abarcas y acordeón, de los ya<br />

incontables que recorrían la región <strong>para</strong> cantar de feria en feria. Escalona lo<br />

sentó a su lado y le cantó al oído las dos únicas estrofas terminadas de su<br />

nueva canción.

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