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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Álvaro Cepeda Samudio me sacó del purgatorio con su vieja idea de convertir<br />

El Nacional en el periódico moderno que había aprendido a hacer en los<br />

Estados Unidos. Hasta entonces, aparte de sus colaboraciones ocasionales en<br />

Crónica, que siempre fueron literarias, sólo había tenido ocasión de practicar su<br />

grado de la Universidad de Columbia con los <strong>com</strong>primidos ejemplares que<br />

mandaba al Sporting News, de Saint Louis, Missouri. Por fin, en 1953 nuestro<br />

amigo Julián Davis Echandía, que había sido el primer jefe de Álvaro, lo llamó<br />

<strong>para</strong> que se hiciera cargo del manejo integral de su periódico vespertino, El<br />

Nacional El propio Álvaro lo había embullado con el proyecto astronómico que<br />

le presentó a su regreso de Nueva York, pero una vez capturado el mastodonte<br />

me llamó <strong>para</strong> que lo ayudara a cargarlo sin títulos ni deberes definidos, pero<br />

con el primer sueldo adelantado que me alcanzó <strong>para</strong> vivir aun sin cobrarlo<br />

<strong>com</strong>pleto.<br />

Fue una aventura mortal. Álvaro había hecho el plan íntegro con modelos de<br />

los Estados Unidos. Como Dios en las alturas quedaba Davis Echandía,<br />

precursor de los tiempos heroicos del periodismo sensacionalista local y el<br />

hombre menos descifrable que conocí, bueno de nacimiento y más sentimental<br />

que <strong>com</strong>pasivo. El resto de la nómina eran grandes periodistas de choque, de<br />

la cosecha brava, todos amigos entre sí y colegas de muchos años. En teoría,<br />

cada quien tenía su órbita bien definida, pero más allá de ella no se supo nunca<br />

quién hizo qué <strong>para</strong> que el enorme mastodonte técnico no lograra dar ni el<br />

primer paso. Los pocos números que lograron salir fueron el resultado de un<br />

acto heroico, pero nunca se supo de quién. A la hora de entrar en prensa las<br />

planchas estaban empasteladas. Desaparecía el material urgente, y los buenos<br />

enloquecíamos de rabia. No recuerdo una vez en que el diario saliera a tiempo<br />

y sin remiendos, por los demonios agazapados que teníamos en los talleres.<br />

Nunca se supo qué pasó. La explicación que prevaleció fue quizás la menos<br />

perversa: algunos veteranos anquilosados no pudieron tolerar el régimen<br />

renovador y se confabularon con sus almas gemelas hasta que consiguieron<br />

desbaratar la empresa.<br />

Álvaro se fue de un portazo. Yo tenía un contrato que había sido una garantía<br />

en condiciones normales, pero en las peores era una camisa de fuerza.

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