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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Mi madre respondió con una autoridad tal vez inconsciente:<br />

—Soy Luisa <strong>Márquez</strong>.<br />

Entonces la puerta de la calle acabó de abrirse, y una mujer vestida de luto,<br />

huesuda y pálida, nos miró desde otra vida. En el fondo de la sala, un hombre<br />

mayor se mecía en un sillón de inválido. Eran los inquilinos, que al cabo de<br />

muchos años habían propuesto <strong>com</strong>prar la casa, pero ni ellos tenían aspecto<br />

de <strong>com</strong>pradores ni la casa estaba en estado de interesarle a nadie. De acuerdo<br />

con el telegrama que mi madre había recibido, los inquilinos aceptaban abonar<br />

en efectivo la mitad del precio mediante un recibo firmado por ella, y pagarían<br />

el resto cuando se firmaran las escrituras en el curso del año, pero nadie<br />

recordaba que hubiera una visita prevista. Al cabo de una larga conversación<br />

de sordos, lo único que se sacó en claro fue que no había ningún acuerdo.<br />

Agobiada por la insensatez y el calor infame, bañada en sudor, mi madre dio<br />

una mirada en su entorno, y se le escapó con un suspiro:<br />

—Esta pobre casa está en las últimas —dijo.<br />

—Es peor —dijo el hombre—: Si no se nos ha caído encima es por lo que<br />

hemos gastado en mantenerla.<br />

Tenían una lista de re<strong>para</strong>ciones pendientes, además de otras que se habían<br />

deducido del alquiler, hasta el punto de que éramos nosotros quienes les<br />

debíamos dinero. Mi madre, que siempre fue de lágrima fácil, era también<br />

capaz de una entereza temible <strong>para</strong> enfrentar las trampas de la vida. Discutió<br />

bien, pero yo no intervine porque desde el primer tropiezo <strong>com</strong>prendí que la<br />

razón la tenían los <strong>com</strong>pradores. Nada quedaba claro en el telegrama sobre la<br />

fecha y el modo de la venta, y en cambio se entendía que debería ser<br />

acordada. Era una situación típica de la vocación conjetural de la familia. Podía<br />

imaginarme cómo había sido la decisión, en la mesa del almuerzo, y en el<br />

mismo instante en que llegó el telegrama. Sin contarme a mí, eran diez<br />

hermanos con los mismos derechos. Al final mi madre reunió unos pesos de<br />

aquí y otros de acá, hizo su maleta de escolar y se fue sin más recursos que el<br />

pasaje de regreso.

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