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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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casa sentí una grande admiración por su fama de escritor, el primero que<br />

conocí en mi vida. De inmediato quise ser igual a él, y no estuve contento hasta<br />

que la tía Mama aprendió a peinarme <strong>com</strong>o él.<br />

Fui el primero de la familia que supo de sus amores secretos, una noche en<br />

que entró en la casa de enfrente donde yo jugaba con amigos. Me llamó<br />

aparte, en un estado de tensión evidente, y me dio una carta <strong>para</strong> Sara Emilia.<br />

Yo sabía que estaba sentada en la puerta de nuestra casa atendiendo la visita<br />

de una amiga. Atravesé la calle, me escondí detrás de uno de los almendros y<br />

arrojé la carta con tal precisión que le cayó en el regazo. Asustada, levantó las<br />

manos, pero el grito se le quedó en la garganta cuando reconoció la letra del<br />

sobre. Sara Emilia y J. del C. fueron amigos míos desde entonces.<br />

Elvira Carrillo, hermana gemela del tío Esteban, torcía y exprimía una caña de<br />

azúcar con las dos manos y le sacaba el jugo con la fuerza de un trapiche.<br />

Tenía más fama por su franqueza brutal que por la ternura con que sabía<br />

entretener a los niños, sobre todo a mi hermano Luis Enrique, un año menor<br />

que yo, de quien fue al mismo tiempo soberana y cómplice, y quien la bautizó<br />

con el nombre inescrutable de tía Pa. Su especialidad fueron siempre los<br />

problemas imposibles. Ella y Esteban fueron los primeros que llegaron a la<br />

casa de Cataca, pero mientras él encontró su rumbo en toda clase de oficios y<br />

negocios fructíferos, ella se quedó de tía indispensable en la familia sin darse<br />

cuenta nunca de que lo fue. Desaparecía cuando no era necesaria, pero<br />

cuando lo era no se supo nunca cómo ni de dónde salía. En sus malos<br />

momentos hablaba sola mientras meneaba la olla, y revelaba en voz alta dónde<br />

estaban las cosas que se daban por perdidas. Se quedó en la casa cuando<br />

acabó de enterrar a los mayores, mientras la maleza devoraba el espacio<br />

palmo a palmo y los animales erraban por los dormitorios, perturbada desde la<br />

medianoche por una tos de ultratumba en el cuarto vecino.<br />

Francisca Simodosea —la tía Mama—, la generala de la tribu que murió virgen<br />

a los setenta y nueve años, era distinta de todos en sus hábitos y su lenguaje.<br />

Pues su cultura no era de la Provincia, sino del <strong>para</strong>íso feudal de las sabanas<br />

de Bolívar, adonde su padre, José María Mejía Vidal, había emigrado muy<br />

joven desde Riohacha con sus artes de orfebrería. Se había dejado crecer

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