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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Pero estaba tan empantanado después de tanto tiempo de trabajo en las<br />

tinieblas, que veía zozobrar el libro sin saber dónde estaban las grietas. Lo<br />

peor era que en ese punto de la escritura no me servía la ayuda de nadie,<br />

porque las fisuras no estaban en el texto sino dentro de mí, y sólo yo podía<br />

tener ojos <strong>para</strong> verlas y corazón <strong>para</strong> sufrirlas.Tal vez por esa misma razón<br />

suspendí «La Jirafa» sin pensarlo demasiado cuando acabé de pagarle a El<br />

Heraldo el adelanto con el que había <strong>com</strong>prado los muebles.<br />

Por desgracia, ni el ingenio, ni la resistencia, ni el amor fueron suficientes <strong>para</strong><br />

derrotar la pobreza. Todo parecía a favor de ella. El organismo del censo se<br />

había terminado en un año y mi sueldo en El Universal no arcanzaba <strong>para</strong><br />

<strong>com</strong>pensarlo. No volví a la facultad de derecho, a pesar de las argucias de<br />

algunos maestros que se habían confabulado <strong>para</strong> sacarme adelante en contra<br />

de mi desinterés por su interés y su ciencia. El dinero de todos no alcanzaba en<br />

casa, pero el hueco era tan grande que mi contribución no fue nunca suficiente<br />

y la falta de ilusiones me afectaba más que la falta de plata.<br />

—Si hemos de ahogarnos todos —dije al almuerzo en un día decisivo— dejen<br />

que me salve yo <strong>para</strong> tratar de mandarles aunque sea un bote de remos.<br />

Así que la primera semana de diciembre me mudé de nuevo a Barranquilla, con<br />

la resignación de todos, y la seguridad de que el bote llegaría. Alfonso<br />

Fuenmayor debió imaginárselo al primer golpe de vista cuando me vio entrar<br />

sin anuncio en nuestra vieja oficina de El Heraldo, pues la de Crónica se había<br />

quedado sin recursos. Me miró <strong>com</strong>o a un fantasma desde la máquina de<br />

escribir, y exclamó alarmado:<br />

—¡Qué carajo hace usted aquí sin avisar! Pocas veces en mi vida he<br />

contestado algo tan cerca de la verdad:<br />

—Estoy hasta los huevos, maestro. Alfonso se tranquilizó.<br />

—¡Ah, bueno! —replicó con su mismo talante de siempre y con el verso más<br />

colombiano del himno nacional—. Por fortuna, así está la humanidad entera,<br />

que entre cadenas gime.

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