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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Ansioso de sacar algún provecho del tiempo perdido intenté armar al correr de<br />

la máquina cualquier cosa válida con cabos sueltos que me quedaban de<br />

intentos anteriores. Retazos de La casa, parodias del Faulkner truculento de<br />

Luz de agosto, de las lluvias de pájaros muertos de Nathaniel Hawthorne, de<br />

los cuentos policíacos que me habían hastiado por repetitivos, y de algunos<br />

moretones que todavía me quedaban del viaje a Aracataca con mi madre. Fui<br />

dejándolos fluir a su antojo en mi oficina estéril, donde no quedaba más que el<br />

escritorio descascarado y la máquina de escribir con el último aliento, hasta<br />

llegar de un solo tirón al título final: «Un día después del sábado». Otro de los<br />

pocos cuentos míos que me dejaron satisfecho desde la primera versión.<br />

En El Nacional me abordó un vendedor volante de relojes de pulso. Nunca<br />

había tenido uno, por razones obvias en aquellos años, y el que me ofrecía era<br />

de un lujo a<strong>para</strong>toso y caro. El mismo vendedor me confesó entonces que era<br />

miembro del Partido Comunista encargado de vender relojes <strong>com</strong>o anzuelos<br />

<strong>para</strong> pescar contribuyentes.<br />

—Es <strong>com</strong>o <strong>com</strong>prar la revolución a plazos —me dijo. Le contesté de buena<br />

índole:<br />

—La diferencia es que el reloj me lo dan enseguida y la revolución no.<br />

El vendedor no tomó muy bien el mal chiste y terminé <strong>com</strong>prando un reloj más<br />

barato, sólo por <strong>com</strong>placerlo, y con un sistema de cuotas que él mismo pasaría<br />

a cobrar cada mes. Fue el primer reloj que tuve, y tan puntual y duradero que<br />

todavía lo guardo <strong>com</strong>o reliquia de aquellos tiempos.<br />

Por esos días volvió Álvaro Mutis con la noticia de un vasto presupuesto de su<br />

empresa <strong>para</strong> la cultura y la aparición inminente de la revista Lám<strong>para</strong>, su<br />

órgano literario. Ante su invitación a colaborar le propuse un proyecto de<br />

emergencia: la leyenda de La Sierpe. Pensé que si algún día quería <strong>contarla</strong> no<br />

debía ser a través de ningún prisma retórico sino rescatada de la imaginación<br />

colectiva <strong>com</strong>o lo que era: una verdad geográfica e histórica. Es decir —por<br />

fin—, un gran reportaje.

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