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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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efrigerados <strong>para</strong> conciliábulos de conspiradores y refugios <strong>para</strong> alcaldes<br />

fugitivos de sus esposas.<br />

El Gato Negro, con un patio de baile bajo una pérgola de astromelias, fue el<br />

<strong>para</strong>íso de la marina mercante desde que lo <strong>com</strong>pró una guajira oxigenada que<br />

cantaba en inglés y vendía por debajo de la mesa pomadas alucinógenas <strong>para</strong><br />

señoras y señores. Una noche histórica en sus anales, Álvaro Cepeda y<br />

Quique Scopell no soportaron el racismo de una docena de marinos noruegos<br />

que hacían cola frente al cuarto de la única negra, mientras dieciséis blancas<br />

roncaban sentadas en el patio, y los desafiaron a trompadas. Los dos contra<br />

doce a puñetazo limpio los pusieron en fuga, con la ayuda de las blancas que<br />

despertaron felices y los remataron a silletazos. Al final, en un desagravio<br />

dis<strong>para</strong>tado, coronaron a la negra en pelotas <strong>com</strong>o reina de Noruega.<br />

Fuera del barrio chino había otras casas legales o clandestinas, y todas en<br />

buenos términos con la policía. Una de ellas era un patio de grandes almendros<br />

floridos en un barrio de pobres, con una tienda de mala muerte y un dormitorio<br />

con dos catres de alquiler. Su mercancía eran las niñas anémicas del<br />

vecindario que se ganaban un peso por golpe con los borrachos perdidos.<br />

Álvaro Cepeda descubrió el sitio por casualidad, una tarde en que se extravió<br />

en el aguacero de octubre y tuvo que refugiarse en la tienda. La dueña lo invitó<br />

a una cerveza y le ofreció dos niñas en vez de una con derecho a repetir<br />

mientras escampaba. Álvaro siguió invitando amigos a tomar cerveza helada<br />

bajo los almendros, no <strong>para</strong> que folgaran con las niñas sino <strong>para</strong> que las<br />

enseñaran a leer. A las más aplicadas les consiguió becas <strong>para</strong> que estudiaran<br />

en escuelas oficiales. Una de ellas fue enfermera del hospital de Caridad<br />

durante años. A la dueña le regaló la casa, y el parvulario de mala muerte tuvo<br />

hasta su extinción natural un nombre tentador: «La casa de las muchachitas<br />

que se acuestan por hambre».<br />

Para mi primera noche histórica en Barranquilla sólo escogieron la casa de la<br />

Negra Eufemia, con un enorme patio de cemento <strong>para</strong> bailar, entre tamarindos<br />

frondosos, con cabañas de a cinco pesos la hora, y mesitas y sillas pintadas de<br />

colores vivos, por donde se paseaban a gusto los alcaravanes. Eufemia en<br />

persona, monumental y casi centenaria, recibía y seleccionaba a los clientes en

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