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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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pensaba que Velasco era un infiltrado en las Fuerzas Armadas al servicio de la<br />

URSS. Tuve entonces la intuición de que estaba hablando con un alto oficial<br />

del ejército o la marina y me entusiasmó la idea de una clarificación. Pero al<br />

parecer sólo quería decirme eso.<br />

—Yo no sé si usted lo hace a conciencia o no —me dijo—, pero sea <strong>com</strong>o sea<br />

le está haciendo un mal favor al país por cuenta de los <strong>com</strong>unistas.<br />

Su deslumbrante esposa hizo un gesto de alarma y trató de llevárselo del brazo<br />

con una súplica en voz muy baja: «¡Por favor, Rogelio!». Él terminó la frase con<br />

la misma <strong>com</strong>postura con que había empezado:<br />

Créame, por favor, que sólo me permito decirle esto por la admiración que<br />

siento por lo que usted escribe.<br />

Volvió a darme la mano y se dejó llevar por la esposa atribulada. El<br />

a<strong>com</strong>pañante, sorprendido, no acertó a despedirse.<br />

Fue el primero de una serie de incidentes que nos pusieron a pensar en serio<br />

sobre los riesgos de la calle. En una cantina pobre detrás del periódico, que<br />

servía a obreros del sector hasta la madrugada, dos desconocidos habían<br />

intentado días antes una agresión gratuita contra Gonzalo González, que se<br />

tomaba allí el último café de la noche. Nadie entendía qué motivos podían tener<br />

contra el hombre más pacífico del mundo, salvo que lo hubieran confundido<br />

conmigo por nuestros modos y modas caribes y las dos de su seudónimo: Gog.<br />

De todas maneras, la seguridad del periódico me advirtió que no saliera solo de<br />

noche en una ciudad cada vez más peligrosa. Para mí, por el contrario, era tan<br />

confiable que me iba caminando hasta mi apartamento cuando terminaba mi<br />

horario.<br />

Una madrugada de aquellos días intensos sentí que me había llegado la hora<br />

con la granizada de vidrios de un ladrillo lanzado desde la calle contra la<br />

ventana de mi dormitorio. Era Alejandro Obregón, que había perdido las llaves<br />

del suyo y no encontró amigos despiertos ni lugar en ningún hotel. Cansado de<br />

buscar dónde dormir, y de tocar el timbre averiado, resolvió su noche con un<br />

ladrillo de la construcción vecina. Apenas si me saludó <strong>para</strong> no acabar de

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