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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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<strong>com</strong>o ése me crearon en casa la mala reputación de que tenía recuerdos<br />

intrauterinos y sueños premonitorios.<br />

Ése era el estado del mundo cuando empecé a tomar conciencia de mi ámbito<br />

familiar y no logro evocarlo de otro modo: pesares, añoranzas, incertidumbres,<br />

en la soledad de una casa inmensa. Durante años me pareció que aquella<br />

época se me había convertido en una pesadilla recurrente de casi todas las<br />

noches, porque amanecía con el mismo terror que en el cuarto de los santos.<br />

Durante la adolescencia, interno en un colegio helado de los Andes,<br />

despertaba llorando en medio de la noche. Necesité esta vejez sin<br />

remordimientos <strong>para</strong> entender que la desdicha de los abuelos en la casa de<br />

Cataca fue que siempre estuvieron encallados en sus nostalgias, y tanto más<br />

cuanto más se empeñaban en conjurarlas. Más simple aun: estaban en Cataca<br />

pero seguían viviendo en la provincia de Padilla, que todavía llamamos la<br />

Provincia, sin más datos, <strong>com</strong>o si no hubiera otra en el mundo. Tal vez sin<br />

pensarlo siquiera, habían construido la casa de Cataca <strong>com</strong>o una réplica<br />

ceremonial de la casa de Barrancas, desde cuyas ventanas se veía, al otro<br />

lado de la calle, el cementerio triste donde yacía Medardo Pacheco.<br />

En Cataca eran amados y <strong>com</strong>placidos, pero sus vidas estaban sometidas a la<br />

servidumbre de la tierra en que nacieron. Se atrincheraron en sus gustos, sus<br />

creencias, sus prejuicios, y cerraron filas contra todo lo que fuera distinto.<br />

Sus amistades más próximas eran antes que nadie las que llegaban de la<br />

Provincia. La lengua doméstica era la que sus abuelos habían traído de<br />

España a través de Venezuela en el siglo anterior, revitalizada con localismos<br />

caribes, africanismos de esclavos y retazos de la lengua guajira, que iban<br />

filtrándose gota a gota en la nuestra. La abuela se servía de ella <strong>para</strong><br />

despistarme sin saber que yo la entendía mejor por mis tratos directos con la<br />

servidumbre. Aún recuerdo muchos: atunkeshi, tengo sueño; jamusaitshi taya,<br />

tengo hambre; ipuwots, la mujer encinta; arijuna, el forastero, que mi abuela<br />

usaba en cierto modo <strong>para</strong> referirse al español, al hombre blanco y en fin de<br />

cuentas al enemigo. Los guajiros, por su lado, hablaron siempre una especie<br />

de castellano sin huesos con destellos radiantes, <strong>com</strong>o el dialecto propio de

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