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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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gobierno departamental. Diez se fugaron la primera semana con el propósito de<br />

colarse de polizones en los trenes del Tolima, y no pudimos hallar ningún rastro<br />

de ellos.<br />

A muchos les hicieron en el asilo un bautismo administrativo con apellidos de la<br />

región <strong>para</strong> poder distinguirlos, pero eran tantos, tan parecidos y móviles que<br />

no se distinguían en el recreo, sobre todo en los meses más fríos, cuando<br />

tenían que calentarse corriendo por corredores y escaleras. Fue imposible que<br />

aquella dolorosa visita no me obligara a preguntarme si la guerrilla que había<br />

matado al soldado en el <strong>com</strong>bate habría podido hacer tantos estragos entre los<br />

niños de Villarrica.<br />

La historia de aquel dis<strong>para</strong>te logístico fue publicada en varias crónicas<br />

sucesivas sin consultar a nadie. La censura guardó silencio y los militares<br />

replicaron con la explicación de moda: los hechos de Villarrica eran parte de<br />

una amplia movilización <strong>com</strong>unista contra el gobierno de las Fuerzas Armadas,<br />

y éstas estaban obligadas a proceder con métodos de guerra. Me bastó una<br />

línea de esa <strong>com</strong>unicación <strong>para</strong> que se me metiera en mente la idea» de<br />

conseguir la información directa de Gilberto Vieira, secretario general del<br />

Partido Comunista, a quien nunca había visto.<br />

No recuerdo si el paso siguiente lo hice autorizado por el periódico o si fue por<br />

iniciativa propia, pero recuerdo muy bien que intenté varias gestiones inútiles<br />

<strong>para</strong> lograr un contacto con algún dirigente del Partido Comunista clandestino<br />

que pudiera informarme sobre la situación de Villarrica. El problema principal<br />

era que el cerco del régimen militar en torno a los <strong>com</strong>unistas clandestinos no<br />

tenía precedentes. Entonces hice contacto con algún amigo <strong>com</strong>unista, y dos<br />

días después apareció frente a mi escritorio otro vendedor de relojes que<br />

andaba buscándome <strong>para</strong> cobrarme las cuotas que no alcancé a pagar en<br />

Barranquilla. Le pagué las que pude, y le dije <strong>com</strong>o al descuido que necesitaba<br />

hablar de urgencia con alguno de sus dirigentes grandes, pero me contestó con<br />

la fórmula conocida de que él no era el camino ni sabría decirme quién lo era.<br />

Sin embargo, esa misma tarde, sin anuncio previo, me sorprendió en el<br />

teléfono una voz armoniosa y despreocupada:

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