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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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la bella de Zulia. El incidente se hizo público. El poeta anónimo, apenas<br />

conocido en la población, fue el héroe de la jornada. El episodio me presentó<br />

en sociedad y me mereció la amistad de ambos bandos. Desde entonces no<br />

me alcanzó el tiempo <strong>para</strong> ayudar en <strong>com</strong>edias infantiles, bazares de caridad,<br />

tómbolas de beneficencia y hasta el discurso de un candidato al concejo<br />

municipal.<br />

Luis Enrique, que ya se perfilaba <strong>com</strong>o el guitarrista inspirado que llegó a ser,<br />

me enseñó a tocar el tiple. Con él y con Filadelfo Velilla nos volvimos los reyes<br />

de las serenatas, con el premio mayor de que algunas agasajadas se vestían a<br />

las volandas, abrían la casa, despertaban a las vecinas y seguíamos la fiesta<br />

hasta el desayuno. Aquel año se enriqueció el grupo con el ingreso de José<br />

Palencia, nieto de un terrateniente adinerado y pródigo. José era un músico<br />

innato capaz de tocar cualquier instrumento que le cayera en las manos. Tenía<br />

una estampa de artista de cine, y era un bailarín estelar, de una inteligencia<br />

deslumbrante y una suerte más envidiada que envidiable en los amores de<br />

paso.<br />

Yo, en cambio, no sabía bailar, y no pude aprender ni siquiera en casa de las<br />

señoritas Loiseau, seis hermanas inválidas de nacimiento, que sin embargo<br />

daban clases de buen baile sin levantarse de sus mecedores. Mi padre, que<br />

nunca fue insensible a la fama, se acercó a mí con una visión nueva. Por<br />

primera vez dedicamos largas horas a conversar. Apenas si nos conocíamos.<br />

En realidad, visto desde hoy, no viví con mis padres más de tres años en total,<br />

sumados los de Aracataca, Barranquilla, Cartagena, Sincé y Sucre. Fue una<br />

experiencia muy grata que me permitió conocerlos mejor. Mi madre me lo dijo:<br />

«Qué bueno que te hiciste amigo de tu papá». Días después, mientras<br />

pre<strong>para</strong>ba el café en la cocina, me dijo más:<br />

—Tu papá está muy orgulloso de ti.<br />

Al día siguiente me despertó en puntillas y me sopló al oído: «Tu papá te tiene<br />

una sorpresa». En efecto, cuando bajó a desayunar, él mismo me dio la noticia<br />

en presencia de todos con un énfasis solemne:

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