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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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cura». Pronto entendí por qué era fácil creerlo, aunque después de conocerlo<br />

bien era casi imposible creer que no lo era.<br />

Aquella primera vez hablamos sin <strong>para</strong>r hasta la madrugada y aprendí que sus<br />

lecturas eran largas y variadas, pero sustentadas por el conocimiento a fondo<br />

de los intelectuales católicos del momento, de quienes yo no había oído hablar<br />

jamás. Sabía todo lo que debía saberse de la poesía, pero en especial de los<br />

clásicos griegos y latinos que leía en sus ediciones originales. Tenía juicios<br />

bien informados de los amigos <strong>com</strong>unes y me dio datos valiosos <strong>para</strong> quererlos<br />

más. Me confirmó también la importancia de que conociera a los tres<br />

periodistas de Barranquilla —Cepeda, Vargas y Fuenmayor—, de quienes tanto<br />

me habían hablado Rojas Herazo y el maestro Zabala. Me llamó la atención<br />

que además de tantas virtudes intelectuales y cívicas nadara <strong>com</strong>o un<br />

campeón olímpico, con un cuerpo hecho y entrenado <strong>para</strong> serlo. Lo que más le<br />

preocupó de mí fue mi peligroso desdén por los clásicos griegos y latinos, que<br />

me parecían aburridos e inútiles, a excepción de la Odisea, que había leído y<br />

releído a pedazos varias veces en el liceo. Así que antes de despedirme<br />

escogió en la biblioteca un libro empastado en piel y me lo dio con una cierta<br />

solemnidad. «Podrás llegar a ser un buen escritor —me dijo—, pero nunca<br />

serás muy bueno si no conoces bien a los clásicos griegos.» El libro eran las<br />

obras <strong>com</strong>pletas de Sófocles. Gustavo fue desde ese instante uno de los seres<br />

decisivos en mi vida, porque Edipo rey se me reveló en la primera lectura <strong>com</strong>o<br />

la obra perfecta.<br />

Fue una noche histórica <strong>para</strong> mí, por haber descubierto a Gustavo Ibarra y a<br />

Sófocles al mismo tiempo, y porque horas después pude haber muerto de mala<br />

muerte en el cuarto de mi novia secreta en El Cisne. Recuerdo <strong>com</strong>o si hubiera<br />

sido ayer cuando un antiguo padrote suyo al que creía muerto desde hacía más<br />

de un año, gritando improperios de energúmeno, forzó la puerta del cuarto a<br />

patadas. Lo reconocí de inmediato <strong>com</strong>o un buen condiscípulo en la escuela<br />

primaria de Aracataca que regresaba embravecido a tomar posesión de su<br />

cama. No nos veíamos desde entonces y tuvo el buen gusto de hacerse el<br />

desentendido cuando me reconoció en pelotas y embarrado de terror en la<br />

cama.

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