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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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arreras de principiante, y preferí interrumpirlo con el único mérito de escapar a<br />

tiempo. Me refugié en la impunidad de los <strong>com</strong>entarios de la página editorial,<br />

sin firma, salvo cuando debían tener un toque personal. La sostuve por simple<br />

rutina hasta setiembre de 1950, con una nota engolada sobre Edgar Allan Poe,<br />

cuyo único mérito fue el de ser la peor.<br />

Durante todo aquel año había insistido en que el maestro Zabala me enseñara<br />

los secretos <strong>para</strong> escribir reportajes. Nunca se decidió, con su índole<br />

misteriosa, pero me dejó alborotado con el enigma de una niña de doce años<br />

sepultada en el convento de Santa Clara, a la que le creció el cabello después<br />

de muerta más de veintidós metros en dos siglos. Nunca me imaginé que iba a<br />

volver sobre el tema cuarenta años después <strong>para</strong> contarlo en una novela<br />

romántica con implicaciones siniestras. Pero no fueron mis mejores tiempos<br />

<strong>para</strong> pensar. Hacía berrinches por cualquier motivo, desaparecía del empleo<br />

sin explicaciones hasta que el maestro Zabala mandaba a alguien <strong>para</strong> que me<br />

amansara. En los exámenes finales aprobé el segundo año de derecho por un<br />

golpe de suerte, con sólo dos materias <strong>para</strong> rehabilitar, y pude matricularme en<br />

el tercero, pero corrió el rumor de que lo había logrado por presiones políticas<br />

del periódico. El director tuvo que intervenir cuando me detuvieron a la salida<br />

del cine con una libreta militar falsa y me tenían en lista <strong>para</strong> enrolarme en<br />

misiones punitivas de orden público.<br />

En mi ofuscación política de esos días no me enteré siquiera de que el estado<br />

de sitio se había implantado de nuevo en el país por el deterioro del orden<br />

público. La censura de prensa dio varias vueltas de tuerca. El ambiente se<br />

enrareció <strong>com</strong>o en los tiempos peores, y una policía política reforzada con<br />

delincuentes <strong>com</strong>unes sembraba el pánico en los campos. La violencia obligó a<br />

los liberales a abandonar tierras y hogares. Su candidato posible, Darío<br />

Echandía, maestro de maestros en derecho civil, escéptico de nacimiento y<br />

lector vicioso de griegos y latinos, se pronunció en favor de la abstención<br />

liberal. El camino quedó franco <strong>para</strong> la elección de Laureano Gómez, que<br />

parecía dirigir el gobierno con hilos invisibles desde Nueva York.<br />

No tenía entonces una conciencia clara de que aquellos percances no eran<br />

sólo infamias de godos sino síntomas de malos cambios en nuestras vidas,

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