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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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árbara pero lúcida: la plata que uno saca sin permiso de las carteras de los<br />

padres no puede ser un robo, porque es la misma plata de todos, que nos<br />

niegan por la envidia de no poder hacer con ella lo que hacen los hijos. Llegué<br />

a defender su argumento hasta el extremo de confesar que yo mismo había<br />

saqueado los escondites domésticos por necesidades urgentes. Mi madre<br />

perdió los estribos. «No sean tan insensatos —casi me gritó—: ni tú ni tu<br />

hermano me roban nada, porque yo misma dejo la plata donde sé que irán a<br />

buscarla cuando estén en apuros.» En algún ataque de rabia le oí murmurar<br />

desesperada que Dios debería permitir el robo de ciertas cosas <strong>para</strong> alimentar<br />

a los hijos.<br />

El encanto personal de Luis Enrique <strong>para</strong> las travesuras era muy útil <strong>para</strong><br />

resolver problemas <strong>com</strong>unes, pero no alcanzó <strong>para</strong> hacerme cómplice de sus<br />

pilatunas. Al contrario, se las arregló siempre <strong>para</strong> que no recayera sobre mí la<br />

menor sospecha, y eso afianzó un afecto de verdad que duró <strong>para</strong> siempre.<br />

Nunca le dejé saber, en cambio, cuánto envidiaba su audacia y cuánto sufría<br />

con las cuerizas que le aplicaba papá. Mi <strong>com</strong>portamiento era muy distinto del<br />

suyo, pero a veces me costaba trabajo moderar la envidia. En cambio, me<br />

inquietaba la casa de los padres en Cataca, donde sólo me llevaban a dormir<br />

cuando me iban a dar purgantes vermífugos o aceite de ricino. Tanto, que<br />

aborrecí las monedas de a veinte centavos que me pagaban por la dignidad<br />

con que me los tomaba.<br />

Creo que el colmo de la desesperación de mi madre fue mandarme con una<br />

carta <strong>para</strong> un hombre que tenía fama de ser el más rico y a la vez el filántropo<br />

más generoso de la ciudad. Las noticias de su buen corazón se publicaban con<br />

tanto despliegue <strong>com</strong>o sus triunfos financieros. Mi madre le escribió una carta<br />

de angustia sin ambages <strong>para</strong> solicitar una ayuda económica urgente no en su<br />

nombre, pues ella era capaz de soportar cualquier cosa, sino por el amor de<br />

sus hijos. Hay que haberla conocido <strong>para</strong> <strong>com</strong>prender lo que aquella<br />

humillación significaba en su vida, pero la ocasión lo exigía. Me advirtió que el<br />

secreto debía quedar entre nosotros dos, y así fue, hasta este momento en que<br />

lo escribo.

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