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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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era su dentadura natural que se quitaba y ponía por artes guajiras, hice que me<br />

mostrara el interior de la boca <strong>para</strong> ver cómo era por dentro el revés de los<br />

ojos, del cerebro, de la nariz, de los oídos, y sufrí la desilusión de no ver nada<br />

más que el paladar. Pero nadie me descifró el prodigio y por un buen tiempo<br />

me empeciné en que el dentista me hiciera lo mismo que a la abuela, <strong>para</strong> que<br />

ella me cepillara los dientes mientras yo jugaba en la calle.<br />

Teníamos una especie de código secreto mediante el cual nos <strong>com</strong>unicábamos<br />

ambos con un universo invisible. De día, su mundo mágico me resultaba<br />

fascinante, pero en la noche me causaba un terror puro y simple: el miedo a la<br />

oscuridad, anterior a nuestro ser, que me ha perseguido durante toda la vida en<br />

caminos solitarios y aun en antros de baile del mundo entero. En la casa de los<br />

abuelos cada santo tenía su cuarto y cada cuarto tenía su muerto. Pero la<br />

única casa conocida de modo oficial <strong>com</strong>o «La casa del muerto» era la vecina<br />

de la nuestra, y su muerto era el único que en una sesión de espiritismo se<br />

había identificado con su nombre humano: Alfonso Mora. Alguien cercano a él<br />

se tomó el trabajo de identificarlo en los registros de bautismos y defunciones,<br />

y encontró numerosos homónimos, pero ninguno dio señales de ser el nuestro.<br />

Aquélla fue durante años la casa cural, y prosperó el infundio de que el<br />

fantasma era el mismo padre Angarita <strong>para</strong> espantar a los curiosos que lo<br />

espiaban en sus andanzas nocturnas.<br />

No alcancé a conocer a Meme, la esclava guajira que la familia llevó de<br />

Barrancas y que en una noche de tormenta se escapó con Alirio, su hermano<br />

adolescente, pero siempre oí decir que fueron ellos los que más salpicaron el<br />

habla de la casa con su lengua nativa. Su castellano enrevesado fue asombro<br />

de poetas, desde el día memorable en que encontró los fósforos que se le<br />

habían perdido al tío Juan de Dios y se los devolvió con su jerga triunfal:<br />

—Aquí estoy, fósforo tuyo.<br />

Costaba trabajo creer que la abuela Mina, con sus mujeres despistadas, fuera<br />

el sostén económico de la casa cuando empezaron a fallar los recursos. El<br />

coronel tenía algunas tierras dispersas que fueron ocupadas por colonos

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