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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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pero cuando lo sorprendió la sentencia de la esposa, localizó al mayorista de<br />

Magangué, que todavía andaba perdido por los pueblos del río, y cerraron el<br />

trato.<br />

Al cabo de unas dos semanas de estudios y arreglos con mayoristas amigos,<br />

se fue con el aspecto y el talante restablecidos, y su impresión de Sucre resultó<br />

tan intensa, que la dejó escrita en la primera carta: «La realidad fue mejor que<br />

la nostalgia». Alquiló una casa de balcón en la plaza principal y desde allí<br />

recuperó las amistades de antaño que lo recibieron con las puertas abiertas. La<br />

familia debía vender lo que se pudiera, empacar el resto, que no era mucho, y<br />

llevárselo consigo en uno de los vapores que hacían el viaje regular del río<br />

Magdalena. En el mismo correo mandó un giro bien calculado <strong>para</strong> los gastos<br />

inmediatos, y anunció otro <strong>para</strong> los gastos de viaje. No puedo imaginarme unas<br />

noticias más apetitosas <strong>para</strong> el carácter ilusorio de mi madre, así que su<br />

contestación no sólo fue bien pensada <strong>para</strong> sustentar el ánimo del esposo, sino<br />

<strong>para</strong> azucararle la noticia de que estaba encinta por octava vez.<br />

Hice los trámites y reservaciones en el Capitán de Caro, un buque legendario<br />

que hacía en una noche y medio día el trayecto de Barranquilla a Magangué.<br />

Luego proseguiríamos en lancha de motor por el río San Jorge y el caño idílico<br />

de la Mojana hasta nuestro destino.<br />

—Con tal de irnos de aquí, aunque sea <strong>para</strong> el infierno —exclamó mi madre,<br />

que siempre desconfió del prestigio babilónico de Sucre—. No se debe dejar un<br />

marido solo en un pueblo <strong>com</strong>o ése.<br />

Tanta prisa nos impuso, que desde tres días antes del viaje dormíamos por los<br />

suelos, pues ya habíamos rematado las camas y cuantos muebles pudimos<br />

vender. Todo lo demás estaba dentro de los cajones, y la plata de los pasajes<br />

asegurada en algún escondrijo de mi madre, bien contada y mil veces vuelta a<br />

contar.<br />

El empleado que me atendió en las oficinas del buque era tan seductor que no<br />

tuve que apretar las quijadas <strong>para</strong> entenderme con él. Tengo la seguridad<br />

absoluta de que anoté al pie de la letra las tarifas que él me dictó con la dicción

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