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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Habíamos terminado la primera botella cuando se desplomó el diluvio. El<br />

destapó entonces la segunda, se apoyó el cañón en la sien y me miró muy fijo<br />

con unos ojos helados. Entonces apretó el gatillo a fondo, pero martilló en<br />

seco. Apenas si podía controlar el temblor de la mano cuando me dio el<br />

revólver.<br />

—Te toca a ti —me dijo.<br />

Era la primera vez que tenía un revólver en la mano y me sorprendió que fuera<br />

tan pesado y caliente. No supe qué hacer. Estaba empapado de un sudor<br />

glacial y el vientre pleno de una espuma ardiente. Quise decir algo pero no me<br />

salió la voz. No se me ocurrió dis<strong>para</strong>rle, sino que le devolví el revólver sin<br />

darme cuenta de que era mi única oportunidad.<br />

—Qué, ¿te cagaste? —preguntó él con un desprecio feliz—. Podías haberlo<br />

pensado antes de venir.<br />

Pude decirle que también los machos se cagan, pero me di cuenta de que me<br />

faltaban huevos <strong>para</strong> bromas fatales. Entonces abrió el tambor del revólver,<br />

sacó la única cápsula y la tiró en la mesa: estaba vacía. Mi sentimiento no fue<br />

de alivio sino de una terrible humillación.<br />

El aguacero perdió fuerza antes de las cuatro. Ambos estábamos tan agotados<br />

por la tensión, que no recuerdo en qué momento me dio la orden de vestirme, y<br />

obedecí con una cierta solemnidad de duelo. Sólo cuando volvió a sentarse me<br />

di cuenta de que era él quien estaba llorando. A mares y sin pudor, y casi <strong>com</strong>o<br />

alardeando de sus lágrimas. Al final se las secó con el dorso de la mano, se<br />

sopló la nariz con los dedos y se levantó.<br />

—¿Sabes por qué te vas tan vivo? —me preguntó. Y se contestó a sí mismo—:<br />

Porque tu papá fue el único que pudo curarme una gonorrea de perro viejo con<br />

la que nadie había podido en tres años.<br />

Me dio una palmada de hombre en la espalda, y me empujó a la calle. La lluvia<br />

seguía, y el pueblo estaba enchumbado, de modo que me fui por el arroyo con<br />

el agua a las rodillas, y con el estupor de estar vivo.

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