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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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alguien que no sabía en qué país vivía. Sin embargo, la verdad de mi alma era<br />

que el drama de Colombia me llegaba <strong>com</strong>o un eco remoto y sólo me<br />

conmovía cuando se desbordaba en ríos de sangre. Encendía un cigarrillo sin<br />

terminar el anterior, aspiraba el humo con las ansias de vida con que los<br />

asmáticos se beben el aire, y las tres cajetillas que consumía en un día se me<br />

notaban en las uñas y en una tos de perro viejo que perturbó mi juventud. En<br />

fin, era tímido y triste, <strong>com</strong>o buen caribe, y tan celoso de mi intimidad que<br />

cualquier pregunta sobre ella la contestaba con un desplante retórico. Estaba<br />

convencido de que mi mala suerte era congénita y sin remedio, sobre todo con<br />

las mujeres y el dinero, pero no me importaba, pues creía que la buena suerte<br />

no me hacía falta <strong>para</strong> escribir bien. No me interesaban la gloria, ni la plata, ni<br />

la vejez, porque estaba seguro de que iba a morir muy joven y en la calle.<br />

El viaje con mi madre <strong>para</strong> vender la casa de Aracataca me rescató de ese<br />

abismo, y la certidumbre de la nueva novela me indicó el horizonte de un<br />

porvenir distinto. Fue un viaje decisivo entre los numerosos de mi vida, porque<br />

me demostró en carne propia que el libro que había tratado de escribir era una<br />

pura invención retórica sin sustento alguno en una verdad poética. El proyecto,<br />

por supuesto, saltó en añicos al enfrentarlo con la realidad en aquel viaje<br />

revelador.<br />

El modelo de una epopeya <strong>com</strong>o la que yo soñaba no podía ser otro que el de<br />

mi propia familia, que nunca fue protagonista y ni siquiera víctima de algo, sino<br />

testigo inútil y víctima de todo. Empecé a escribirla a la hora misma del regreso,<br />

pues ya no me servía <strong>para</strong> nada la elaboración con recursos artificiales, sino la<br />

carga emocional que arrastraba sin saberlo y me había esperado intacta en la<br />

casa de los abuelos. Desde mi primer paso en las arenas ardientes del pueblo<br />

me había dado cuenta de que mi método no era el más feliz <strong>para</strong> contar aquel<br />

<strong>para</strong>íso terrenal de la desolación y la nostalgia, aunque gasté mucho tiempo y<br />

trabajo <strong>para</strong> encontrar el método correcto. Los atafagos de Crónica, a punto de<br />

salir, no fueron un obstáculo, sino todo lo contrario: un freno de orden <strong>para</strong> la<br />

ansiedad.<br />

Salvo Alfonso Fuenmayor —que me sorprendió en la fiebre creativa horas<br />

después de que empecé a escribirla— el resto de mis amigos creyó por mucho

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