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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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antes de tiempo y sin cesar pagado.<br />

A pesar de sus simpatías de derechas y su amistad personal con el mismo<br />

Laureano Gómez, Carranza destacó los sonetos en sus páginas literarias, más<br />

<strong>com</strong>o una primicia periodística que <strong>com</strong>o una proclama política. Pero el<br />

rechazo fue casi unánime. Sobre todo por el contrasentido de publicarlos en el<br />

periódico de un liberal de hueso colorado <strong>com</strong>o el ex presidente Eduardo<br />

Santos, tan contrario al pensamiento retrógrado de Laureano Gómez <strong>com</strong>o al<br />

revolucionario de Pablo Neruda. La reacción más ruidosa fue la de quienes no<br />

toleraban que un extranjero se permitiera semejante abuso. El solo hecho de<br />

que tres sonetos casuísticos y más ingeniosos que poéticos pudieran armar tal<br />

revuelo, fue un síntoma alentador del poder de la poesía en aquellos años. De<br />

todos modos, a Neruda le impidieron después la entrada a Colombia el mismo<br />

Laureano Gómez, ya <strong>com</strong>o presidente de la República, y el general Gustavo<br />

Rojas Pinilla en su momento, pero estuvo en Cartagena y Buenaventura varias<br />

veces en escalas marítimas entre Chile y Europa. Para los amigos colombianos<br />

a los que anunciaba su paso, cada escala de ida y de vuelta era una fiesta de<br />

las grandes.<br />

Cuando ingresé a la facultad de derecho, en febrero de 1947, mi identificación<br />

permanecía incólume con el grupo Piedra y Cielo. Aunque había conocido a los<br />

más notables en la casa de Carlos Martín, en Zipaquirá, no tuve la audacia de<br />

recordárselo ni siquiera a Carranza, que era el más abordable. En cierta<br />

ocasión lo encontré tan cerca y al descubierto en la librería Grancolombia, que<br />

le hice un saludo de admirador. Me correspondió muy amable, pero no me<br />

reconoció. En cambio, en otra ocasión el maestro León de Greiff se levantó de<br />

su mesa de El Molino <strong>para</strong> saludarme en la mía cuando alguien le contó que<br />

había publicado cuentos en El Espectador, y me prometió leerlos. Por<br />

desgracia, pocas semanas después ocurrió la revuelta popular del 9 de abril, y<br />

tuve que abandonar la ciudad todavía humeante. Cuando volví, al cabo de<br />

cuatro años, El Molino había desaparecido bajo sus cenizas, y el maestro se<br />

había mudado con sus bártulos y su corte de amigos al café El Automático,<br />

donde nos hicimos amigos de libros y aguardiente, y me enseñó a mover sin<br />

arte ni fortuna las piezas del ajedrez.

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