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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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—Nada más que un pescado muerto.<br />

Entonces me di cuenta de que los burlones inclementes de la redacción habían<br />

empezado a quererme cuando me vieron pasar en silencio arrastrando el<br />

sobretodo ensopado, y ninguno tuvo corazón <strong>para</strong> empezar la rechifla ritual.<br />

Luis Alejandro Velasco siguió disfrutando de su gloria reprimida. Sus mentores<br />

no sólo le permitían sino que le patrocinaban toda clase de perversiones<br />

publicitarias. Recibió quinientos dólares y un reloj nuevo <strong>para</strong> que contara por<br />

radio la verdad de que el suyo había soportado el rigor de la intemperie. La<br />

fabrica de sus zapatos de tenis le pagó mil dólares por contar que los suyos<br />

eran tan resistentes que no había podido desbaratarlos <strong>para</strong> tener algo que<br />

masticar. En una misma jornada pronunciaba un discurso patriótico, se dejaba<br />

besar por una reina de la belleza y se mostraba a los huérfanos <strong>com</strong>o ejemplo<br />

de moral patriótica. Empezaba a olvidarlo el día memorable en que Guillermo<br />

Cano me anunció que lo tenía en su oficina dispuesto a firmar un contrato <strong>para</strong><br />

contar su aventura <strong>com</strong>pleta. Me sentí humillado.<br />

—Ya no es un pescado muerto sino podrido —insistí.<br />

Por primera y única vez me negué a hacer <strong>para</strong> el periódico algo que era mi<br />

deber. Guillermo Cano se resignó a la realidad y despachó al náufrago sin<br />

explicaciones. Más tarde me contó que después de despedirlo en su oficina<br />

había empezado a reflexionar y no logró explicarse a sí mismo lo que acababa<br />

de hacer. Entonces le ordenó al portero que le mandara al náufrago de regreso,<br />

y me llamó por teléfono con la notificación inapelable de que le había <strong>com</strong>prado<br />

los derechos exclusivos del relato <strong>com</strong>pleto.<br />

No era la primera vez ni había de ser la última en que Guillermo se empecinara<br />

en un caso perdido y terminara coronado con la razón. Le advertí deprimido<br />

pero con el mejor estilo posible que sólo haría el reportaje por obediencia<br />

laboral pero no le pondría mi firma. Sin haberlo pensado, aquélla fue una<br />

determinación casual pero certera <strong>para</strong> el reportaje, pues me obligaba a<br />

contarlo en la primera persona del protagonista, con su modo propio y sus<br />

ideas personales, y firmado con su nombre. Así me preservaba de cualquier

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