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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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decidió que el único autor de la obra era yo, y no accedió a las peticiones que<br />

el abogado de Velasco había pretendido. Por consiguiente, los pagos que se le<br />

hicieron hasta entonces por disposición mía no habían tenido <strong>com</strong>o<br />

fundamento el reconocimiento del marino <strong>com</strong>o coautor, sino la decisión<br />

voluntaria y libre de quien lo escribió. Los derechos de autor, también por<br />

disposición mía, fueron donados desde entonces a una fundación docente.<br />

No nos fue posible encontrar otra historia <strong>com</strong>o aquélla, porque no era de las<br />

que se inventan en el papel. Las inventa la vida, y casi siempre a golpes. Lo<br />

aprendimos después, cuando intentamos escribir una biografía del formidable<br />

ciclista antioqueño Ramón Hoyos, coronado aquel año campeón nacional por<br />

tercera vez. Lo lanzamos con el estruendo aprendido en el reportaje del marino<br />

y lo prolongamos hasta los diecinueve capítulos, antes de darnos cuenta de<br />

que el público prefería a Ramón Hoyos escalando montañas y llegando primero<br />

a la meta, pero en la vida real.<br />

Una mínima esperanza de recuperación la vislumbramos una tarde en que<br />

Salgar me llamó por teléfono <strong>para</strong> que me reuniera con él de inmediato en el<br />

bar del hotel Continental. Allí estaba, con un viejo y serio amigo suyo, que<br />

acababa de presentarle a su a<strong>com</strong>pañante, un albino absoluto en ropas de<br />

obrero, con una cabellera y unas cejas tan blancas que parecía deslumbradota<br />

hasta en la penumbra del bar. El amigo de Salgar, que era un empresario<br />

conocido, lo presentó <strong>com</strong>o un ingeniero de minas que estaba haciendo<br />

excavaciones en un terreno baldío a doscientos metros de El Espectador, en<br />

busca de un tesoro de fábula que había pertenecido al general Simón Bolívar.<br />

Su a<strong>com</strong>pañante —muy amigo de Salgar <strong>com</strong>o lo fue mío desde entonces—<br />

nos garantizó la verdad de la historia. Era sospechosa por su sencillez: cuando<br />

el Libertador se disponía a continuar su último viaje desde Cartagena,<br />

derrotado y moribundo, se supone que prefirió no llevar un cuantioso tesoro<br />

personal que había acumulado durante las penurias de sus guerras <strong>com</strong>o una<br />

reserva merecida <strong>para</strong> una buena vejez. Cuando se disponía a continuar su<br />

viaje amargo —no se sabe si a Caracas o a Europa— tuvo la prudencia de<br />

dejarlo escondido en Uogotá, bajo la protección de un sistema de códigos<br />

lacedomónicos muy propio de su tiempo, <strong>para</strong> encontrarlo cuando le mera

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