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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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su equivalente justo, y nada perturbó aquel <strong>com</strong>ercio legítimo. Más aún: no<br />

recuerdo ni un solo pleito a trompadas por motivo alguno en cuatro años de<br />

internado.<br />

Los maestros, que <strong>com</strong>ían en otra mesa del mismo salón, no eran ajenos a los<br />

trueques personales entre ellos, pues todavía arrastraban hábitos de sus<br />

colegios recientes. La mayoría eran solteros o vivían allí sin las esposas, y sus<br />

sueldos eran casi tan escasos <strong>com</strong>o nuestras mesadas familiares. Se quejaban<br />

de la <strong>com</strong>ida con tantas razones <strong>com</strong>o nosotros, y en una crisis peligrosa se<br />

rozó la posibilidad de conjurarnos con alguno de ellos <strong>para</strong> una huelga de<br />

hambre. Sólo cuando recibían regalos o tenían invitados de fuera se permitían<br />

platos inspirados que por una vez estropeaban las igualdades. Ése fue el caso,<br />

en el cuarto año, cuando el médico del liceo nos prometió un corazón de buey<br />

<strong>para</strong> estudiarlo en su curso de anatomía. Al día siguiente lo mandó a las<br />

neveras de la cocina, todavía fresco y sangrante, pero no estaba allí cuando<br />

fuimos a buscarlo <strong>para</strong> la clase. Así se aclaró que a última hora, a falta de un<br />

corazón de buey, el médico había mandado el de un albañil sin dueño que se<br />

desbarató al resbalar de un cuarto piso. En vista de que no alcanzaba <strong>para</strong><br />

todos, los cocineros lo pre<strong>para</strong>ron con salsas exquisitas creyendo que era el<br />

corazón de buey que les habían anunciado <strong>para</strong> la mesa de los maestros. Creo<br />

que esas relaciones fluidas entre profesores y alumnos tenían algo que ver con<br />

la reciente reforma de la educación de la cual quedó poco en la historia, pero<br />

nos sirvió al menos <strong>para</strong> simplificar los protocolos. Se redujeron las diferencias<br />

de edades, se relajó el uso de la corbata y nadie volvió a alarmarse porque<br />

maestros y alumnos se tomaran juntos unos tragos y asistieran los sábados a<br />

los mismos bailes de novias.<br />

Este ambiente sólo era posible por la clase de maestros que en general<br />

permitían una fácil relación personal. Nuestro profesor de matemáticas, con su<br />

sabiduría y su áspero sentido del humor, convertía las clases en una fiesta<br />

temible. Se llamaba Joaquín Giraldo Santa y fue el primer colombiano que<br />

obtuvo el título de doctor en matemáticas. Para desdicha mía, y a pesar de mis<br />

grandes esfuerzos y los suyos, nunca logré integrarme a su clase. Solía decirse<br />

entonces que las vocaciones poéticas interferían con las matemáticas, y uno

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