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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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por la censura del estado de sitio, y Carlos Martín fue destituido de la rectoría<br />

sin anuncio previo.<br />

Para nosotros fue una decisión dis<strong>para</strong>tada que nos hizo sentir al mismo<br />

tiempo humillados e importantes. El tiraje del periódico no pasaba de<br />

doscientos ejemplares <strong>para</strong> una distribución entre amigos, pero nos explicaron<br />

que el requisito de la censura era ineludible bajo el estado de sitio. La licencia<br />

fue cancelada hasta una nueva orden que no llegó nunca.<br />

Pasaron más de cincuenta años antes de que Carlos Martín me revelara <strong>para</strong><br />

estas memorias los misterios de aquel episodio absurdo. El día en que la<br />

Gaceta fue de<strong>com</strong>isada lo citó a su despacho de Bogotá el mismo ministro de<br />

Educación que lo había nombrado —Antonio Rocha— y le pidió la renuncia.<br />

Carlos Martín lo encontró con un ejemplar de la Gaceta Literaria en el que<br />

habían subrayado con lápiz rojo numerosas frases que consideraban<br />

subversivas. Lo mismo habían hecho con su artículo editorial y con el de Mario<br />

Convers y aun con algún poema de autor conocido que se consideró<br />

sospechoso de estar escrito en clave cifrada. «Hasta la Biblia subrayada en<br />

esa forma maliciosa podría expresar lo contrario de su auténtico sentido», les<br />

dijo Carlos Martín, en una reacción de furia tan notoria que el ministro lo<br />

amenazó con llamar a la policía. Fue nombrado director de la revista Sábado,<br />

que en un intelectual <strong>com</strong>o él debía considerarse <strong>com</strong>o una promoción estelar.<br />

Sin embargo, le quedó <strong>para</strong> siempre la impresión de ser víctima de una<br />

conspiración de derechas. Fue objeto de una agresión en un café de Bogotá<br />

que estuvo a punto de rechazar a bala. Un nuevo ministro lo nombró más tarde<br />

abogado jefe de la sección jurídica e hizo una carrera brillante que culminó con<br />

un retiro rodeado de libros y añoranzas en su remanso de Tarragona.<br />

Al mismo tiempo que el retiro de Carlos Martín —y sin ningún vínculo con él,<br />

por supuesto— circuló en el liceo y en casas y cantinas de la ciudad una<br />

versión sin dueño según la cual la guerra con el Perú, en 1932, fue una patraña<br />

del gobierno liberal <strong>para</strong> sostenerse a la fuerza contra la oposición libertina del<br />

conservatismo. La versión, divulgada inclusive en hojas mimeografiadas,<br />

afirmaba que el drama había empezado sin la menor intención política cuando<br />

un alférez peruano atravesó el río Amazonas con una patrulla militar y

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