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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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estuvo expuesto durante años en la sala, y su nombre ha venido repitiéndose<br />

de una generación a otra <strong>com</strong>o una más de las muchas señas de identidad<br />

familiar. Las generaciones recientes no parecen conmovidas por aquella infanta<br />

de faldas rizadas, botitas blancas y una trenza larga hasta la cintura, que nunca<br />

harán coincidir con la imagen retórica de una bisabuela, pero tengo la<br />

impresión de que bajo el peso de los remordimientos y las ilusiones frustradas<br />

de un mundo mejor, aquel estado de alarma perpetua era <strong>para</strong> mis abuelos lo<br />

más parecido a la paz. Hasta la muerte continuaron sintiéndose forasteros en<br />

cualquier parte.<br />

Lo eran, en rigor, pero en las muchedumbres del tren que nos llegaron del<br />

mundo era difícil hacer distinciones inmediatas. Con el mismo impulso de mis<br />

abuelos y su prole habían llegado los Fergusson, los Duran, los Beracaza, los<br />

Daconte, los Correa, en busca de una vida mejor. Con las avalanchas revueltas<br />

siguieron llegando los italianos, los canarios, los sirios —que llamábamos<br />

turcos— infiltrados por las fronteras de la Provincia en busca de la libertad y<br />

otros modos de vivir perdidos en sus tierras. Había de todos los pelajes y<br />

condiciones. Algunos eran prófugos de la isla del Diablo —la colonia penal de<br />

Francia en las Guayanas—, más perseguidos por sus ideas que por crímenes<br />

<strong>com</strong>unes. Uno de ellos. René Belvenoit, fue un periodista francés condenado<br />

por motivos políticos, que pasó fugitivo por la zona bananera y reveló en un<br />

libro magistral los horrores de su cautiverio. Gracias a todos —buenos y<br />

malos—, Aracataca fue desde sus orígenes un país sin fronteras.<br />

Pero la colonia inolvidable <strong>para</strong> nosotros fue la venezolana, en una de cuyas<br />

casas se bañaban a baldazos en las albercas glaciales del amanecer dos<br />

estudiantes adolescentes en vacaciones: Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, que<br />

medio siglo después serían presidentes sucesivos de su país. Entre los<br />

venezolanos, la más cercana a nosotros fue misia Juana de Freytes, una<br />

matrona rozagante que tenía el don bíblico de la narración. El primer cuento<br />

formal que conocí fue «Genoveva de Brabante», y se lo escuché a ella junto<br />

con las obras maestras de la literatura universal, reducidas por ella a cuentos<br />

infantiles: la Odisea, Orlando furioso, Don Quijote, El conde de Montecristo y<br />

muchos episodios de la Biblia.

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