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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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Es raro, pero la sola idea de no seguir estudiando, que había sido el sueño de<br />

mi vida, me pareció entonces inverosímil. Hasta el extremo de apelar a un<br />

sueño que nunca me pareció alcanzable.<br />

—Hay becas —dije.<br />

—Muchísimas —dijo papá—, pero <strong>para</strong> los ricos.<br />

En parte era cierto, pero no por favoritismos, sino porque los trámites eran<br />

difíciles y las condiciones mal divulgadas. Por obra del centralismo, todo el que<br />

aspirara a una beca tenía que ir a Bogotá, mil kilómetros en ocho días de viaje<br />

que costaban casi tanto <strong>com</strong>o tres meses en el internado de un buen colegio.<br />

Pero aun así podía ser inútil. Mi madre se exasperó:<br />

—Cuando uno destapa la máquina de la plata se sabe dónde se empieza pero<br />

no dónde se termina.<br />

Además, ya había otras obligaciones atrasadas. Luis Enrique, que tenía un año<br />

menos que yo, estuvo matriculado en dos escuelas locales y de ambas había<br />

desertado a los pocos meses. Margarita y Aída estudiaban bien en la escuela<br />

primaria de las monjas, pero ya empezaban a pensar en una ciudad cercana y<br />

menos costosa <strong>para</strong> el bachillerato. Gustavo, Ligia, Rita y Jaime no eran<br />

todavía urgentes, pero crecían a un ritmo amenazante. Tanto ellos <strong>com</strong>o los<br />

tres que nacieron después me trataron <strong>com</strong>o a alguien que siempre llegaba<br />

<strong>para</strong> irse.<br />

Fue mi año decisivo. La atracción mayor de cada carroza eran las muchachas<br />

escogidas por su gracia y su belleza, y vestidas <strong>com</strong>o reinas, que recitaban<br />

versos alusivos a la guerra simbólica entre las dos mitades del pueblo. Yo,<br />

todavía medio forastero, disfrutaba del privilegio de ser neutral, y así me<br />

<strong>com</strong>portaba. Aquel año, sin embargo, cedí ante los ruegos de los capitanes de<br />

Congoveo <strong>para</strong> que les escribiera los versos <strong>para</strong> mi hermana Carmen Rosa,<br />

que sería la reina de una carroza monumental. Los <strong>com</strong>plací encantado, pero<br />

me excedí en los ataques al adversario por mi ignorancia de las reglas del<br />

juego. No me quedó otro recurso que enmendar el escándalo con dos poemas<br />

de paz: uno re<strong>para</strong>dor <strong>para</strong> la bella de Congoveo y otro de reconciliación <strong>para</strong>

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