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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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<strong>com</strong>prometió a cancelarme la deuda anterior con los primeros ingresos de la<br />

radionovela.<br />

Se grabó en la emisora Atlántico, con el mejor reparto regional posible y<br />

dirigida sin experiencia ni inspiración por el mismo Villegas. Para narrador le<br />

habían re<strong>com</strong>endado a Germán Vargas, <strong>com</strong>o un locutor distinto por el<br />

contraste de su sobriedad con la estridencia de la radio local. La primera<br />

sorpresa grande fue que Germán aceptó, y la segunda fue que desde el primer<br />

ensayo él mismo llegó a la conclusión de que no era el indicado. Villegas en<br />

persona asumió entonces la carga de la narración con su cadencia y los silbos<br />

andinos que acabaron de desnaturalizar aquella aventura temeraria.<br />

La radionovela pasó <strong>com</strong>pleta con más penas que glorias, y fue una cátedra<br />

magistral <strong>para</strong> mis ambiciones insaciables de narrador en cualquier género.<br />

Asistí a las grabaciones, que eran hechas en directo sobre el disco virgen con<br />

una aguja de arado que iba dejando copos de filamentos negros y luminosos,<br />

casi intangibles, <strong>com</strong>o cabellos de ángel. Cada noche me llevaba un buen<br />

puñado que repartía entre mis amigos <strong>com</strong>o un trofeo insólito. Entre tropiezos y<br />

chapucerías sin cuento, la radionovela salió al aire a tiempo con una fiesta<br />

des<strong>com</strong>unal muy propia del promotor.<br />

Nadie logró inventarse un argumento de cortesía <strong>para</strong> hacerme creer que la<br />

obra le gustaba, pero tuvo una buena audiencia y una pauta de publicidad<br />

suficiente <strong>para</strong> salvar la cara. A mí, por fortuna, me dio nuevos bríos en un<br />

género que me parecía dis<strong>para</strong>do hacia horizontes impensables. Mi admiración<br />

y gratitud por don Félix B. Caignet llegaron al punto de pedirle una entrevista<br />

privada unos diez años después, cuando viví unos meses en La Habana <strong>com</strong>o<br />

redactor de la agencia cubana Prensa Latina. Pero a pesar de toda clase de<br />

razones y pretextos, nunca se dejó ver, y sólo me quedó de él una lección<br />

magistral que leí en alguna entrevista suya: «La gente siempre quiere llorar: lo<br />

único que yo hago es darle el pretexto». Las magias de Villegas, por su parte,<br />

no dieron <strong>para</strong> más. Se le enredó todo también con la editorial González Porto<br />

—<strong>com</strong>o antes con Losada— y no hubo modo de arreglar nuestras últimas<br />

cuentas, porque dejó tirados sus sueños de grandeza <strong>para</strong> volver a su país.

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