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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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que se le iba bien a<strong>com</strong>pañado en la cama detrás del cancel, que solo y<br />

aburrido en la máquina de coser.<br />

Mi padre tuvo en aquellas vacaciones la rara idea de pre<strong>para</strong>rme <strong>para</strong> los<br />

negocios. «Por si acaso», me advirtió. Lo primero fue enseñarme a cobrar a<br />

domicilio las deudas de la farmacia. Un día de ésos me mandó a cobrar varias<br />

de La Hora, un burdel sin prejuicios en las afueras del pueblo.<br />

Me asomé por la puerta entreabierta de un cuarto que daba a la calle, y vi a<br />

una de las mujeres de la casa durmiendo la siesta en una cama de viento,<br />

descalza y con una <strong>com</strong>binación que no alcanzaba a taparle los muslos. Antes<br />

de que le hablara se sentó en la cama, me miró adormilada y me preguntó qué<br />

quería. Le dije que llevaba un recado de mi padre <strong>para</strong> don Eligió Molina, el<br />

propietario. Pero en vez de orientarme me ordenó que entrara y pusiera la<br />

tranca en la puerta, y me hizo con el índice una señal que me lo dijo todo:<br />

—Ven acá.<br />

Allá fui, y a medida que me acercaba, su respiración afanada iba llenando el<br />

cuarto <strong>com</strong>o una creciente de río, hasta que pudo agarrarme del brazo con la<br />

mano derecha y me deslizó la izquierda dentro de la bragueta. Sentí un terror<br />

delicioso.<br />

—Así que tú eres hijo del doctor de los globulitos —me dijo, mientras me<br />

toqueteaba por dentro del pantalón con cinco dedos ágiles que se sentían<br />

<strong>com</strong>o si fueran diez. Me quitó el pantalón sin dejar de susurrarme palabras<br />

tibias en el oído, se sacó la <strong>com</strong>binación por la cabeza y se tendió bocarriba en<br />

la cama con sólo el calzón de flores coloradas—. Éste sí me lo quitas tú —me<br />

dijo—. Es tu deber de hombre.<br />

Le zafé la jareta, pero en la prisa no pude quitárselo, y tuvo que ayudarme con<br />

las piernas bien estiradas y un movimiento rápido de nadadora. Después me<br />

levantó en vilo por los sobacos y me puso encima de ella al modo académico<br />

del misionero. El resto lo hizo de su cuenta, hasta que me morí solo encima de<br />

ella, chapaleando en la sopa de cebollas de sus muslos de potranca.

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