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Gabriel García Márquez - Vivir para contarla.pdf - www.moreliain.com

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terminaba no sólo por creerlo, sino por naufragar en ellas. La geometría fue<br />

más <strong>com</strong>pasiva tal vez por obra y gracia de su prestigio literario. La aritmética,<br />

por el contrario, se <strong>com</strong>portaba con una simplicidad hostil. Todavía hoy, <strong>para</strong><br />

hacer una suma mental, tengo que desbaratar los números en sus<br />

<strong>com</strong>ponentes más fáciles, en especial el siete y el nueve, cuyas tablas no pude<br />

nunca memorizar. De modo que <strong>para</strong> sumar siete y cuatro le quito dos al siete,<br />

sumo el cuatro al cinco que me queda y al final vuelvo a sumar el dos: ¡once!<br />

La multiplicación me falló siempre porque nunca pude recordar los números<br />

que llevaba en la memoria. Al álgebra le dediqué mis mejores ánimos, no sólo<br />

por respeto a su estirpe clásica sino por mi cariño y mi terror al maestro. Fue<br />

inútil. Me reprobaron en cada trimestre, la rehabilité dos veces y la perdí en otra<br />

tentativa ilícita que me concedieron por caridad.<br />

Tres maestros más abnegados fueron los de idiomas. El primero —de inglés—<br />

fue mister Abella, un caribe puro con una dicción oxoniense perfecta y un fervor<br />

un tanto eclesiástico por el diccionario Webster's, que recitaba con los ojos<br />

cerrados. Su sucesor fue Héctor Figueroa, un buen maestro joven con una<br />

pasión febril por los boleros que cantábamos a varias voces en los recreos.<br />

Hice lo mejor que pude en los sopores de las clases y en el examen final, pero<br />

creo que mi buena calificación no fue tanto por Shakespeare <strong>com</strong>o por Leo<br />

Marini y Hugo Romani, responsables de tantos <strong>para</strong>ísos y tantos suicidios de<br />

amor. El maestro de francés en cuarto año, monsieur Antonio Yelá Alban, me<br />

encontró intoxicado por las novelas policíacas. Sus clases me aburrían tanto<br />

<strong>com</strong>o las de todos, pero sus citas oportunas del francés callejero fueron una<br />

buena ayuda <strong>para</strong> no morirme de hambre en París diez años después.<br />

La mayoría de los maestros habían sido formados en la Normal Superior bajo<br />

la dirección del doctor José Francisco Socarras, un siquiatra de San Juan del<br />

César que se empeñó en cambiar la pedagogía clerical de un siglo de gobierno<br />

conservador por un racionalismo humanístico. Manuel Cuello del Río era un<br />

marxista radical, que quizás por lo mismo admiraba a Lin Yutang y creía en las<br />

apariciones de los muertos. La biblioteca de Carlos Julio Calderón, presidida<br />

por su paisano José Eustasio Rivera, autor de La vorágine, repartía por igual a<br />

los clásicos griegos, los piedracielistas criollos y los románticos de todas

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